Periódico El Norteño. año 2025. Armero Tolima, Colombia, América del Sur. "Y no se muere quien se va, solo se muere el que se olvida" . Canserbero.

CONTENIDO:

Reseña Histórica del Periódico El Norteño. 

Insistir, persistir, resistir y nunca desistir. Por Roberto Ramírez Villamizar

Un viaje aplazado. por H.D. Nova

Rodrigo Ávila Cubillos. Por Edith Ávila Cubillos

“Ayer, hoy, por siempre. Cruz Roja de Armero Tolima”. Por  Freddy Ariel Gutiérrez Mora

Arcadio González Triana. Por Fernando Cervantes del Portillo

Merceditas de Ramírez un ejemplo a seguir. Por Libia E Aguirre Castro

Aniversario 40 de Armero. Por Ángel Martínez T

Esperanza Tovar Cala. Una Lideresa llena de esperanza. Por Francisco González. 

Y sigue dando cátedra. Por Esperanza Tovar

Un nuevo resurgir. Por Víctor R Sánchez Espitia

Historia de la familia Melo Duque en Armero y su vínculo con el Tolima. Por Teresa Melo Duque.

A mi madre. Por Diana Quesada Labrador

Reseña Dr. Romilio Solano. Por Gina Solano

El legado de José Eduardo Vanegas Polanía “Tintan”. Por  Nancy Vanegas Rondón

Resiliencia. Por Clara Inés Barrios Bastidas. 

Recuerdos del Club Científico “Carlos Roberto Darwin”. Por Corporación Centro de Historia de Armero Tolima “CHAT”. “Tus obras serán nuestras historias”.  

Rincón Literario Armerita

Parque Infantil. Por Cali Rodriguez Angel. 

Un legado de resiliencia y esperanza. Por Paloma Monroy Pinzón.

Honores a la familia Perilla Enciso.  Por Patricia Perilla Enciso

Mi Reconocimiento Jorge Luis González Rozo…El Pescadito…Bocachico… Por Jasiel Castillo  Chacón 

Un despertar después del 13 de noviembre. Por Andrés Díaz Uribe.

Añoranzas, madurez y enseñanzas. Por Martha Eugenia Urdaneta Gutiérrez.

Buen Ejemplo. Por Adriana Pérez Duque. 

Nuestro primer vuelo. Por Alexander Vanegas Espinosa

Dos hijos del mismo destino. Por Gloria Espinosa

Sara y Capi. Por Patricia y Yaneth Castañeda.

De comerciante y pescador, a un hombre que marcó generaciones. Por María Fernanda Gutiérrez Melo,

Un hombre de empresa.  Por Rafael Ortiz Lerma

Dilia Medina de Martínez. Por Jairo Hernán Lemus.

Algodón. Por Luis Eduardo Ramos Ortiz 

Entre fantasmas, musica y recuerdos. Por Fernando Vanegas R 

Recordando a Armero: Donde una vez habitó el amor. Por Cynthia E. Gutiérrez-White,

Armero, refugio familiar. Por Andrea Gutiérrez-Thimann,

Memoria. Por David Felipe Morales

Dolor. Por Luis Fernando Leal Rodriguez. 

Encuesta, canciones, fotos, historias, videos y recuerdos de Armero Tolima.

 

El  Norteño esta disponible en edicion virtual.

Puedes ingresar al siguiente link :

https://armero.123colombia.com/ 

 

 

 Roberto Ramírez G, Ana Mercedes Villamizar y Andrés   Felipe Cubides Ramírez - Foto Diciembre 1984 Bogotá DC.  

 

RESEÑA HISTORICA DEL PERIODICO EL NORTEÑO.

 

Fundado y dirigido por Roberto Ramírez González en el año 1972, era una publicación al servicio del Norte del Tolima, con licencia de funcionamiento No 2226, el periódico era impreso en la Editorial La Noticia de Ibagué en una sola tinta. 

El proceso de diagramación en esa época era bastante complejo porque se debían organizar todas los artículos palabra por palabra en lo que se llamaba linotipo (Máquina para componer textos tipográficos que fundía el metal de las letras de una línea completa de texto y facilitaba la composición). Este proceso generaba que se hiciera varias impresiones de prueba para revisiones de espacio, ortografía y redacción antes de ordenar su impresión final. Para el año 1984 el precio del periódico era $ 10 pesos pero la mayoría de los ejemplares eran regalados, el diario sobrevivía con la pauta publicitaria de empresas, juzgados, alcaldía y almacenes de comercio.

Siempre se caracterizó por ser imparcial en temas de política, crítico con las injusticias sociales y muy cercanas a las causas sociales. El subdirector del periódico era el Periodista Jorge Rojas H quien vivía en la ciudad de Mariquita.

Salió de manera ininterrumpida hasta el mes de noviembre de 1985, año de la tragedia de Armero. 

Desde hace 7 años, sus hijos Claudia Mercedes, Roberto Augusto “CUCO” y nietas María Mercedes, María Alejandra y Silvana, han querido rendirle un homenaje a su  fundador y director Roberto Ramírez, sacando el periódico cada 13 de Noviembre. Se han tocado diferentes temas buscando mantener vivo el recuerdo de nuestro querido Armero en las actuales y futuras generaciones.

Intentamos hacer el Periódico El Norteño 2025 lo más cercano a como se hacía en esa época, como parte del homenaje, queremos agradecer infinitamente a las siguientes personas y empresas, que con sus valiosos aportes y donaciones hicieron posible que se cristalizara esta edición de manera virtual y física, así: Seguros La Consolidada, Proarroz, Clara Barrios, Juan Carlos Ramos. Carlos Nieto Ramírez, Gina Solano, Cali Rodríguez, Aida Hernández, Margarita Castro, Luis Fernando Monroy, Teresa Melo a todos nuestros columnistas y nuestra correctora Lili  por su vital aporte.

Ultimas ediciones del Periodico El Norteño. 

 

 

“Insistir, persistir, resistir y nunca desistir”  

 

Andrés Felipe y Claudia Ramírez Villamizar.

 

Han pasado 40 largos años desde la tragedia de Armero, quiero rendir un homenaje a todas esas madres que aún siguen en la búsqueda de sus hijos desaparecidos desde ese 13 de noviembre de 1985.

Muy seguramente para muchos los nombres de: Andrea, Sergio, Ricardo Andrés, Graciela, Manuel, Beatriz Angelica, Gloria Patricia, David, Milena,  que recuerde,  no les diga nada pero para muchas ameritas esos sencillos nombres son el motor de sus vidas, los que las inspiran a seguir en la búsqueda de sus familiares sin desfallecer.

520 niños según las estadísticas de la Fundación Armando Armero están desaparecidos después de la tragedia. Desaparecidos sí, pero nunca olvidados porque  aún  están sus madres, hermanos y familiares en su búsqueda con el respaldo técnico de la Fundación.  

Permítanme rendir hoy un homenaje a todos esas ”buscadoras” colocando como referente de esa tenacidad a Claudia Mercedes Ramírez Villamizar quien ha buscado a su hijo Andrés Felipe Cubides Ramírez durante estos 4 lustros sin desfallecer.

Posterior a la tragedia, Claudia se dio a la tarea de visitar cuanto hospital, jardín infantil, centro de adopción, hogar de paso, instalación del ICBF, casas de familia, entidades de socorro, ciudadanos del común, fincas que hubieran tenido algún tipo de contacto con los niños que fueron evacuados del área de la tragedia. Todos los fines de semana, con libreta en mano, ya que no había tecnología para esa época, los dedicó durante los primeros 2 años, a buscar cualquier indicio o información que le pudiera ayudar en su búsqueda. Tomaba nota, analizaba la información, planeaba la ruta y viajaba en busca de su hijo.       

Su vida siguió con todo el optimismo, porque  nunca dejó de seguir en la búsqueda de Andrés Felipe a pesar de los comentarios desalentadores,  enfrentó la falta de información con el paso del tiempo, la lucha contra la burocracia y total desatención del estado. Esta madre ha seguido batallando en esa búsqueda, se volvió una TODOTERRENO y en esta búsqueda encontró una segunda responsabilidad de la vida que es la de impedir a toda costa que las nuevas generaciones pierdan y olviden lo sucedido con los hijos desaparecidos en Armero.

Su estrategia  es muy sencilla “HACER DE TODO”:  Claudia ha dado entrevistas a medios nacionales e internacionales, ha publicado carteles en diferentes idiomas. Con apoyo de tecnología del FBI, ha recreado como podría ser físicamente hoy en día Andrés Felipe, su hijo, ha sido madre de acogida de muchos niños colombianos que fueron entregados en adopción y que  han venido al país en busca de sus raíces y en busca de respuestas a  sus preguntas esperando que algún día llegue Andrés. Ha escrito a muchas embajadas pidiendo información de niños entregados en adopción, ha liderado campañas para conocer información sobre adopciones de niños en esos años críticos después de la tragedia,  es experta en enviar derechos de petición a entidades del estado buscando acceder a documentos importantes en la búsqueda de los niños, y finalmente aunque usted no lo crea, esta madre ha logrado por intermedio de terceros, hablar con los espíritus de nuestros seres más queridos y cercanos, logrando aclarar ideas, despejando dudas, perdonando, sanando heridas y lo más importante para ella, confirmar que Andrés Felipe está en este plano terrenal.

Hoy en día su vida transcurre entre su hogar, sus 2 hijas y esposo, su trabajo como docente universitaria, sus gatos y perros adoptados o en “escala” como dice ella, sus innumerables labores sociales, sin olvidar que en algún lugar de este mundo está su hijo Andrés Felipe que es parte del plan de vida que el destino le impuso hace 40 años.   

Cierro este homenaje a Claudia y a todas las "BUSCADORAS" con una frase dada por ella en una entrevista a Radio Nacional de Colombia en el año 2017: “Dios me va a dar la dicha. No pierdo la esperanza porque en vida o en muerte estamos unidos siempre”.

 

Por Roberto Ramírez Villamizar 

 

  Claudia con sus hijas María Mercedes y  María Alejandra. 

 

 

 

UN VIAJE APLAZADO. 

 

Una fecha, el 13 de noviembre y unas ruinas repletas de recuerdos convocan cada año a los peregrinos exiliados que regresan a contemplar los restos a medio sepultar de su amado pueblo; ya no llegan horrorizados con la herida abierta, sino pasmados y exaltados por tener el privilegio de seguir existiendo, preguntándose por qué ellos lograron aplazar el viaje ineludible, en extrañas circunstancias, a veces inexplicables y fortuitas, como si fuera un selectivo destino. ¿Quién viajó a último momento para salir de allí o llegó para embarcarse en ese trágico viaje, quién hizo caso a la voz interior que le indicaba la ruta de escape?.

Al regresar encontramos las ruinas que nos enfrentan a la realidad de la existencia y nos susurran: “memento mori, carpe diem” para sentirnos humildes ante el misterio de la vida y aún vivos para hacer memorable cada instante del recorrido. Los de Armero somos como viajeros del tiempo que regresan desde otra realidad para reconstruir su pueblo con los recuerdos, un fragmento de piso bajo la tierra es la casa y la cama estaba allá donde está esa piedra y ese árbol creció en medio de la cocina donde la abuela bendecía la comida.  De manera mágica con los gestos de las manos y la mirada se van levantando en el aire las paredes en medio de los árboles y de la vegetación salen los espacios cotidianos, el fragmento de muro que persiste o el azulejo del baño que asoma entre la tierra son un portal a otros tiempos.

Ahora esas ruinas se revisten de calma y sosiego, invitan al reposo y la reflexión, son espacios cargados de una magia quieta que habla del espíritu y la trascendencia, el lugar ha pasado a otro plano de la realidad y nos transmite una profunda lección sobre la vida y la muerte, los eternos dinamizadores de la existencia: Eros y Thanatos se encuentran entre los vestigios de ciudad y solo necesitamos una actitud de atención y silencio interno para aprender la lección máxima que deja el sacrificio de tantas vidas.

 

 H.D Nova

 

 

Casa Familia Ramírez Villamizar ubicada en la calle 12 # 19- 21 Armero Tolima. Render elaborado por el Armerita por adopción el  Arquitecto Javier Díaz cel 3208088806.

 

Rodrigo Ávila Cubillos. 

Un alma sencilla, un legado infinito Recordar a la juventud armerita es evocar días de amistad, trabajo y sueños compartidos. Es traer a la memoria aquellos grupos de

muchachos que se reunían en las esquinas o en los parques, entre charlas sencillas, música de fondo y el ritmo pausado de un pueblo que respiraba tranquilidad.

En medio de esa vida cotidiana, mi hermano Rodrigo fue siempre un alma serena: un hombre de pocas palabras, de corazón grande y mirada firme, que no necesitaba mucho para hacerse querer.

Desde muy joven asumió la vida con responsabilidad. Trabajó con empeño para apoyar a nuestra madre y abrirse camino con sus propias manos. Se desempeñó en labores del campo y, en los últimos años, en la mecánica automotriz, oficio que ejerció con dedicación hasta el día en que desapareció Armero; También le permitió asumir con orgullo y responsabilidad su nueva faceta como esposo y padre de una hermosa niña de 1 año.

Entre herramientas y motores observó, aprendió y se perfeccionó, siempre rodeado de amigos y primos que lo admiraban por su constancia, su lealtad y esa alegría discreta que lo distinguía.

Fuera del taller, a Rodrigo le gustaba compartir unas “politas” con los amigos y primos, conversar un rato, escuchar música —en especial la de Vicente Fernández, uno de sus preferidos— y dejar que el día terminara sin afanes. No era de hablar mucho, pero su presencia bastaba: sabía acompañar, escuchar y estar.

Entre sus amigos era conocido como “Ícopor”, un apodo nacido del cariño y del sentido del humor propio del pueblo, donde los sobrenombres eran parte de la vida cotidiana y símbolo de cercanía.

Rodrigo tenía un don para estar presente. Escuchaba con atención, compartía sin aparentar y encontraba en los pequeños momentos la forma más genuina de disfrutar la vida. Su fortaleza no estaba en las palabras, sino en los gestos: en la calma con que enfrentaba las dificultades y en su manera sencilla de tender la mano a quien lo necesitara.

Dicen que las almas nobles son como estrellas fugaces: su luz pasa rápido, pero deja una marca imposible de olvidar. Así fue Rodrigo. Su paso por este mundo fue breve, pero lleno de significado.

En medio de la tragedia que borró a Armero del mapa, su memoria quedó intacta, como una semilla que sigue floreciendo en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.

Hoy, cuarenta años después, seguimos evocando su mirada, su trabajo y su ejemplo. Rodrigo nos enseñó que la verdadera riqueza está en lo que se da sin esperar nada a cambio: una palabra amable, una mano tendida, una tarde compartida.

Su legado vive en la memoria familiar, en las conversaciones que lo traen de vuelta y en la certeza de que, aunque su luz partió demasiado pronto, sigue iluminando nuestras vidas.

 

Por Edith Avila Cubillos

 

“Ayer, hoy, por siempre. Cruz Roja de Armero Tolima”

 

Sede Cruz Roja de Armero Tolima  Calle 10 entre careras 17 y 18. 

  

Armero era próspera con una bonanza algodonera y progreso agropecuario inmenso, era el año de 1972, cuando los Españoles Carlos Cabezalli y Josep Berenger residentes en Armero, apoyados por varios personajes ilustres de la Ciudad Blanca deciden fundar una sede de la Cruz Roja Colombiana Seccional Tolima.

Inmediatamente el humanitarismo de la población no se hizo esperar y consiguieron una sede contigua al Club Campestre sobre la carrera 18 e iniciaron consulta médica y atención de emergencias con los diferentes grupos de voluntariado (socorristas y damas grises). A finales de los años 80s las damas grises gestionaron una sede propia en las antiguas instalaciones del Club Social de Armero en la calle 10 entre carreras 17 y 18. En 1985 se prestaba el servicio de Ambulancia en convenio con el Hospital San Lorenzo, servicios de droguería, enfermería, consulta médica de lunes a sábado, toma de laboratorio clínico, atención de gestión del riesgo con grupos voluntarios (socorrismo, damas grises y juventud).

Su última junta directiva fue: Dr. Roberto Ramírez – presidente, Luis Eduardo Ramírez – vicepresidente, Miguel Gutiérrez – Tesorero, Lucila de Gaitán y Ruby de Castro como vocales, Fernando Barrios – jefe de Socorrismo, María Eugenia Caldas – presidenta de Damas Grises, Fabio H. Prieto – jefe de Juventud. Muchos fallecieron el 13 de noviembre y los sobrevivientes pusieron el alma y corazón para ayudar en el desastre.

En la actualidad ya son 53 años de creación sirviendo a la humanidad desde la ciudad de Guayabal, municipio de Armero.

 

 

Por Freddy Ariel Gutiérrez Mora

Presidente Unidad Municipal de Armero Cruz Roja Colombiana Seccional Tolima

 

 

ARCADIO GONZÁLEZ TRIANA

 

Arcadio González Triana nació en Armero en 1937 y desde joven mostró un talento natural para la pintura. Su amigo Elías Hernández le pidió que ilustrara los carteles de cine del pueblo, y tanto él como su hermano Gabriel quedaron impresionados por su imaginación. Gabriel le dijo: “Arcadio, su futuro está en la pintura. Usted tiene que irse para Bogotá y estudiar en una universidad”.

Gracias al esfuerzo de su madre, Arcadio ingresó a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia. Al graduarse, se convirtió en profesor durante más de seis años, compartiendo espacios con artistas de renombre como Alejandro Obregón, Enrique Grau, Darío Morales, Juan Antonio Roda, Darío Ortiz y David Manzur. Posteriormente, obtuvo una beca para estudiar en París, lo que le permitió recorrer Europa durante cuatro años y enriquecer su visión artística.

A su regreso a Colombia, se dedicó de lleno a la pintura y la escultura, presentando exposiciones exitosas tanto en el país como en el exterior. Su obra, a menudo controvertida, se exhibió en las principales galerías de Colombia y Miami. Aunque evitaba hablar de política, solía decir con ironía: “El trono de la igualdad es el inodoro”.

El poeta Mario Rivero lo entrevistó en una ocasión y le preguntó si, al usar recursos similares a los de Botero, alcanzaría una fama comparable. Arcadio respondió sin modestia: “Pues, si no es parecida, tal vez será mejor”. También afirmó que su pintura era comprendida por el público y que, a diferencia de Botero, cuya obra calificaba de irónica y grotesca, la suya era romántica: “La obesidad en mis cuadros es tierna”.

Conocí al maestro en 1979, cuando estaba casado con Rubria Mena, una mujer dinámica y con amplias conexiones culturales, quien lo apoyó en la promoción de su obra. Juntos decidieron construir una casa en Armero, en el barrio Yaví, sobre un terreno baldío que Arcadio transformó en un espacio acogedor. Usó materiales de demolición adquiridos en Chía, Cota y Cajicá, y diseñó una casa de madera con un estudio en el segundo piso, un puente sobre una quebrada y un entorno lleno de vegetación ornamental.

A lo largo de su vida, Arcadio ha vivido en los Llanos Orientales, San Andrés, Bogotá, Cota, Armero y, más recientemente, en Lérida, donde diseñó su hogar en medio de una pequeña selva junto a una quebrada. A sus años, sigue pintando con la misma pasión y creatividad que lo han acompañado desde su juventud.

Nuestra amistad perdura, y aún lo visito con Alba Lucía y otros amigos, compartiendo momentos con un hombre cuya vida ha sido una obra de arte en sí misma.

 

Por Fernando Cervantes del Portillo

  

 

 

MERCEDITAS DE RAMÍREZ, UN EJEMPLO A SEGUIR.

 

 

La mejor manera de hacerse recordar es mostrando un corazón generoso (George Sand)

 

A finales de los 70 e inicios de los 80, trabajé como maestra jardinera, en le CAIP "mi casita",  de Armero, cuya directora era doña Mercedes de Ramírez, una mujer altruista y generosa , entregada a su labor con espíritu de servicio, nunca pensé que una persona que pertenecía a la clase alta  Armerita fuera tan desprendida de lo material. Humilde como ella no creo que hubiera persona alguna de su clase. Recibía a los niños con dulzura y amor, les limpiaba sus caritas mocosas y les curaba sus alergias sin ningún rastro de fastidio. Admiraba su calidez humana, la forma como nos trataba, éramos iguales todos, la nutricionista, las maestras jardineras, las personas de servicios generales, el mensajero, las mamás humildes que traían sus hijos y que ella muchas veces les daba de su sueldo para sus medicamentos o alguna dificultad que tuvieran.

Tenía una pequeña farmacia en un cuarto de la guardería, dotada con la droga necesaria y que ella misma compraba o le donaban Era agradable trabajar con ella, siempre servicial y amable, nunca estaba de malgenio, siempre con una sonrisa en los labios. Cuando llegó la televisión a color nos invitó a su casa pues eran muy pocos los televisores en Armero con esta nueva tecnología. Fue emocionante conocer el interior de su casa en la calle 12 pues, siempre la contemplaba desde afuera con sus hermosos jardines y fachada blanca cuando iba para mi casa (ruta obligada) que quedaba frente al estadio.

Nunca conocí un directivo igual en mis 42 años de servicio de docente. Siento la necesidad de mostrar toda mi admiración y respeto por un ser tan especial y carismático. Siempre al servicio del más humilde. Gracias Merceditas por enseñarme el valor del servicio y de la labor social. Siempre la recordaré.

 

Por:  Libia Edith Aguirre Castro

 

 

ANIVERSARIO 40 DE ARMERO

 

  Los años maravillosos. De pie: Juan Carlos Marique, Mauricio Zarate, Gullermo Manrique, Ángel Martínez, Jaime Hayek, Jorge Tulio Rodriguez. Sentados: Fernando Cedeño, Carlos A. Avila, Mauricio Renjifo, Fernando "Pelusa" Martínez, Carlos Augusto Renjifo y la Perra Dalmata de nombre Laika Zarate.

 

Las horas corren, los días pasan y, yo aún sin tema para escribir. Distraído por mi imaginación errante, tenía un compromiso inevitable con Claudia Merceditas y Roberto Augusto, impulsores de la publicación anual El Norteño. El tema acordado, escribir sobre el antes ó el después de Armero.

No podía faltar a tal compromiso, pensé. Pero una vez sentado y frente a mi viejo IMac actualizado, no supe, ni tenía qué decir. Mi mente se mantuvo como hoja en blanco. Salí a caminar, tomé tinto y conversé con Lili. Practiqué Yoga, me mantuve en silencio y medité. Buscando inspiración, repasé en los mensajes de texto Resúmenes sobre la industria algodonera de Armero por Luis Eduardo Ramos y las poéticas remembranzas de Margarita Castro, Janeth Rivera, Cali Rodríguez y Marthica Urdaneta.

Repasé Armero su verdadera Historia de Hugo Viana Castro. Armero la ciudad donde viví de Fernando Cervantes. Armero, un luto permanente de Luz García y Maravillosas experiencias en Armero de Luis Fernando Vanegas.

Leí En el nombre de Matilde de Jaime Ruiz Montes. Mi Terruño de Fredy Ariel Gutiérrez Mora. Sobreviví de Luis Fernando Monrroy Uribe. Los Últimos días de Armero del estimado Carlos Orlando Pardo Rodríguez y, por supuesto Caminos Paralelos de la apreciada Dianita Quesada. Al recorrer sus aventurados senderos de la experiencia personal, donde enfrentaron consecuencias insospechadas y a pesar del existencialismo presente, no me permití el estímulo que necesitaba.

Llamé al amigo Solín Mahecha para preguntarle cómo estaba. Hablé con Cesítar Payán y Jose Albornoz sobre el inicio de la ganadería Cebú en Armero, pero no encontraba inspiración. Me reuní con Juan Cristóbal Botero, Pedro José Sáenz, Adriana Ramírez y Marquitos Rivera, hablamos de cómo avivar el interés de los estudiantes de Arme ro/Guayabal hacia el Museo Arqueológico - MAAPHA - pero nada, seguía bloqueado.

Escuché de un amigo el prodigioso efecto de su medicamento para desarrollar astucia y mantenerse relajado, y adivinen qué, se me bajó la tensión, tuve náuseas y un dolor de cabeza que ni para qué les cuento.

–Escribe sobre esto o aquello. Insinuó, algo contrariada mi bella Lili.

–Desbloquéate pronto, tú tienes mucho que contar. Fría y tajante la recomendación de Dianita, amiga colombo/italiana.

–Buenos días. Angelito no le puedo insinuar nada, nada en absoluto, tengo una cuestión pendiente por resolver, poseo mente sólo para este asunto. Le ruego me disculpe. Lo que tuvo que decir Javi Quintero -el viejo Panzer- con grado de decoro y diplomacia sin igual.

Y así, entre sugerencias, excusas, grageas para la astucia y, una mente negada, llegó la conmemoración de los 40 años de Armero.

Pienso, no sólo me pasa a mí. En nuestro intelecto y en lo profundo de nuestro sentir, hay tanto por recordar, expresar y revivir, que se vuelve difícil elegir. ¡Qué enorme desafío! pensar y documentar un lugar y su gente cuando nos toca de esta manera. Para rendir tributo en este aniversario, hay que tomar la mejor decisión, la que no lastime. Podemos regocijarnos de un hermoso mar de recuerdos ó, por el contrario, hundirnos en un profundo lago de tristeza. Con argumentos imaginarios somos capaces de crear nuestros propios engaños. El dolor y la victimización, no pueden convertirse en hábitos. Cambiar exige responsabilidad, determinación, pensamientos positivos y optimistas.

¿Cómo mantenernos positivos y optimistas si aquellos que desaparecieron aún viven? Existe esa otra realidad, no en el recuerdo sino en el reencuentro, en el presente, en todos los días, en la seguridad de reunirse algún día. Un desequilibrio que urge al equilibrio, a la espera del aquí estoy Mamá. La necesidad de encontrarse, conlleva a un régimen de melancolía, pero no ciertamente es así. No sé de condición humana más determinada y consiente, de pensamiento más positivo y optimista, que el de ellas. Madres que eligieron seguir la enigmática travesía, vivir en el amor y crear nueva vida.

Desde la trágica partida de Armero, debimos lidiar con el dolor y, fue así, como empezamos a sentir ira, miedo, confusión. El mundo puede ser lúgubre y, a menudo aterrador. De lo que trata la vida es encontrar sentido a través del discernimiento, amor y felicidad; razones que impulsan más allá de la tristeza y del cinismo que recurre a la muerte de un ser amado, para revelar cuán importante era para nosotros. Pese a estas amenazas, la gratitud y la esperanza son sus mayores contendores.

¿Acaso lo que nuestras mentes buscan, es hallar la entrada a los preciosos recuerdos de Armero sin angustia y desespero? ¿Posible o imposible? La decisión que tomé este aniversario 40, espero tenga una idea concluyente o al menos algo de sentido. Lo que nos pasó, fue un hecho que enlutó nuestras almas, con el tiempo, nuestros espíritus se levantan con emotividad y sentido. Para bien o para mal, cierto es que el pasado persiste en no dejarse olvidar, Armeritas, aún queda tiempo para vivir, sentir, crear y crecer. Tiempo para acompañarnos en el dolor pero sobre todo en el amor.

Nuestros amados residen en el reino inmortal de los espíritus y, en sus ruinas, aparece un jardín de Samanes, Acacias y Leucaenas.

“Gigantes de vida, árboles que crecen donde deben crecer, saben que ahí los amaban” (Nancy Vanegas Rondón).

 

ÁNGEL MARTÍNEZ T.

  Angel Antonio y Fernando "pelusa" Martinez   

 

Esperanza Tovar Cala

Una Lideresa llena de esperanza

 

 

Esperanza Tovar Cala, habla claro, incluso en un tono que a muchos molesta e irrita, pero que siempre dan lugar a la reflexión. A mí personalmente me encanta como va hilando su discurso sustentado por las normas, los códigos y las leyes que bebió en sus estudios que la llevaron a graduarse de abogada. Así que me emociona escribir algo de ella y comienzo desde su primer empleo como Inspectora de Policía en su pueblo que otrora la vio caminar de minifalda, pantalones cortos o blue jeans de muchos colores con estampados del signo de la paz.

Al terminar casi todas las materias de la carrera de Derecho y Ciencias Políticas en Bogotá tuvo acceso fácil a un empleo en la Alcaldía de Armero en la Inspección de Policía, en razón al nombre y representatividad social de su padre Manuel Antonio Tovar, Agricultor y Ganadero respetado por su honorabilidad y capacidad de trabajo y su madre Melva Cala, Comerciante y dueña del “Almacén Melva” en la esquina de la calle 12 con carera 17. Por existir dos Inspecciones le correspondió el despacho de la Inspección Segunda de Policía. Llegó separada y con Javier Andrés su hijo de 5 años. Saliendo ilesos porque fue citada para ese dia 13 de noviembre a las 2 P.M en la Universidad en Bogotá a presentar un Consultorio Jurídico de una materia que estaba nivelando. Dos semanas después de la tragedia arribó a Guayabal a retomar el cargo, sin su hijo, debido a las precarias condiciones que se vivían en este pueblo. Como consecuencia de las lamentables y antagónicas condiciones sociales que vivían los damnificados con respecto a su holgada y cómoda situación consolidada en Armero, y viéndolos a diario padecer injusticias de parte de la única autoridad intransigente del Mayor Rafael Horacio Ruiz Navarro, alcalde ( E) de Guayabal designado por el gobierno nacional y de cuanta  institución llegaba con el ánimo de ayudar, y sin herramientas para desempeñar adecuadamente su cargo, se convirtió en apoyo de los recién llegados para que pudieran tener acceso a la colchoneta de espuma que les entregaba la Cruz Roja como único elemento para dormir, vivienda, mercados, ropa de segunda y algunos utensilios plásticos para el hogar que llegaban al Colegio Jiménez de Quesada. Únicos servicios que obtuvieron los sobrevivientes pues las grandes ayudas del mundo y en manos de Resurgir, se quedaban en manos de terceros y no llegaron nunca a sus manos. Se enfrentó continuamente a la autoridad del Mayor del Ejército, quien pregonaba que controlaba el territorio de Armero con jóvenes que prestaban el Servicio Militar para que les permitieran ingresar a los armeritas a rescatar sus enseres y algunos artículos de trabajo que quedaron a salvo encontrando siempre obstáculos y negativas porque los permisos no los otorgaban los armeritas empleados municipales quienes conocían a los que necesitaban el permiso sino unas jóvenes psicólogas estudiantes de la Universidad Javeriana. Ellas entregaban fechas para dos o tres semanas después, de tal forma que cuando llegaba el día y el armerita podía ingresar a las ruinas, ya todo había sido vandalizado y robado. Con una crisis nerviosa y ante la negativa de un permiso no remunerado, abandonó Guayabal y renunció al empleo.

Años después, volvió a la región a vivir en Ibagué y empezó a hacer parte de grupos de armeritas que indagaban sobre formas de asociación, liderando la Corporación Patrimonios Naturales e Históricos desde donde propende por la conservación de las ruinas y de la memoria y la historia de Armero. Posteriormente lidero la creación de la Federación para el desarrollo de armero que reúne 9 asociaciones armeritas de la cual es la Directora Ejecutiva. Amplia conocedora sobre la Ley 1632 de 2013 ha trabajado en el cumplimiento de la misma ante entidades departamentales y nacionales. Con la coordinación de Juan David Correa Ulloa, Ministro de las Culturas las Artes y los Saberes, a través de la Estrategia Armero Territorio Biocultural lideró con la Superintendencia de Notariado y Registro, El Instituto Geográfico Agustín Codazzi y el Ministerio de Justica, la ampliación de la publicidad del Registro Único de Propietarios, gestión que quedo inconclusa por causas ajenas a su voluntad. Ha enfrentado a la Gobernación del Tolima para que la intervención que está realizando en la Iglesia San Lorenzo no dañe las ruinas y que se constituya en un falso histórico que haga irrecuperable la esencia de las mismas, que aunado con las obras de construcción ajenas al entorno original que se han realizado en el territorio, impidan que puedan ser reconocidas en la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Coordino la limpieza del territorio de Armero durante varios años y la organización de “La Lluvia de Flores sobre Armero”. Evento donde hoy no permiten su participación. Ha coordinado y dirigido la proyección de películas colombianas en la región. En fin, su corazón está en Armero y la esperanza está en que siga luchando por estos sueños que muchas veces se convierten en pesadillas.

 

Por Francisco González

 

 

Y sigue dando cátedra…

 

 

Francisco González o Pacho como le decimos cariñosamente los que lo conocimos en Armero, o Don Armando como amorosamente lo nombran las más de 400 familias a quién ayuda a través de una tesa investigación que denominó: Niños Perdidos de Armero ¡Una causa que nos toca todos ! es quizá la persona que más años lleva investigando la memoria de Armero y luchando para que el nombre de nuestra Ciudad Blanca aparezca en medios de comunicación con pundonor y dignidad.

En las reuniones de los armeritas con muchas ideas y propuestas que nunca consolidaban ni organizaban llegó Francisco José González Cortes, escritor y editor Literato de la U. Javeriana y especialista en Gestión cultural de la U. del Rosario con Magíster en Gestión Cultural de la U. de Gerona en España quien introdujo durante años conceptos sobre la importancia de la educación en la Gestión del Riesgo, la memoria y la conservación de la historia de Armero, dando cátedra en temas actuales referentes a la Tragedia de Armero y entregando conocimiento entre los sobrevivientes armeritas. Y sigue dando cátedra y a él se le debe la redacción de las 40 estaciones de memoria que patrocinó Juan David Correa cuando fue Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, algo digno para mostrar en este gobierno, porque ningún otro había invertido con tanta generosidad en Armero. Y a Pacho también se le debe que fue el único armerita que pensó en las Victimas,-fotos que viene recogiendo hace muchos, antes de entrar a trabajar en el Ministerio como Director de la Estrategia Armero Territorio Biocultural- y ahora con el Callejón del Duelo está rindiendo un homenaje a nuestros seres idos, doloroso pero necesario recorrido por estas imágenes de todas las clases sociales de Armero. Proyecto en el que aspira recoger algún día muchas imágenes que lleguen hasta el antiguo matadero de Armero. Iniciativa que también patrocinó Juan David Correa cuando era Ministro.

Su tema bandera es el drama de los niños perdidos de Armero. Desde 2012 cuando lanzó en la plaza de Bolivar de Bogotá esta investigación no ha parado. Los genetistas Emilio Yunis y su hijo Juan Yunis se unieron a la causa, donando todas las muestras de ADN que sean necesarias, sin importar el valor. Con estas muestras arman el banco de ADN de familiares que buscan a sus hijos, al día de hoy se han procesado y analizado un total de “374 muestras de sobrevivientes de la tragedia de Armero obteniendo perfiles STR autosómicos para todas las muestras y perfiles STR de cromosoma Y para las muestras masculinas. Dentro de este grupo de muestras se tienen identificadas 139 madres, 58 padres y 75 hijos. Estas se cruzan y /o, a través de búsquedas orientadas. Gracias al ADN han tenido 4 reencuentros”.

Sin buscar ningún hijo, porque no estuvo dentro de sus planes tenerlos asume un compromiso enorme por lograr reencuentros. Esta condición de no ser padre le da la objetividad y la credibilidad suficiente para enfrentarse a esas mafias de adopciones y al ICBF que siempre le ha dado la espalda.

El Norteño debe circular el 13 de noviembre y un día anterior el 12 Pacho dice que tendrá navegando muchas barcas por el río Gualí un megaproyecto que denominó El OLVIDO QUE NAVEGA que visibiliza el drama de las familias que continúan buscando a sus hijos. La instalación artística “El olvido que navega” surge como una acción simbólica y de memoria que busca visibilizar y dignificar la historia de más de 570 niños desaparecidos tras la tragedia de Armero, ocurrida el 13 de noviembre de 1985. A través de una intervención simbólica en los ríos Gualí y Magdalena —escenarios naturales profundamente vinculados con el desastre y con el desplazamiento de cuerpos e identidades—, el proyecto propone un acto poético y político de reconocimiento, duelo y denuncia.

Esta obra, consiste en el descenso de pequeñas barcas con los rostros de los niños desaparecidos, evoca el destino incierto de cientos de menores que, según testimonios y registros, fueron adoptados o desplazados sin plena restitución de su identidad. No me extraña que lo logre, la institucionalidad le da la espalda, pero sus amigos y empresas privadas lo están apoyando, resulta increíble su capacidad de gestión. Y así sigue Pacho seguirá siendo pionero, daño catedra y sosteniendo, a ultranza, el nombre de Armero a nivel nacional e internacional.

 

Escrito por Esperanza Tovar Cala

 

 

UN NUEVO RESURGIR. 

 

En el segundo semestre tengo en mi agenda el acompañamiento familiar, a la conmemoración del insuceso que conmovió a nuestro país. Por esta época asistí a una exposición en Bogotá de artistas entre las cuales visualicé Arq. Sebastian Ramírez, quien me sorprendió por sus trabajos ejecutados de las mini ruinas de Armero, elaborado en material natural recolectado insitu y que reflejaba similitud con el panorama que alguna vez vi en Pompeya; magnifico trabajo digno de elevarse a un museo que ojalá algún día pudiera establecerse en el campo que visitó el papa JUAN PABLO II en 1986.

Previo al 13 de nov, 40 años de la tragedia, visité las ruinas y encontré un panorama desolador en contravía a las piezas de arte vistas en Bogotá, las ruinas se encuentran en estado lamentable e invadidas por la maleza agresiva (pringamoza) y me atrevo a confirmar que nunca han tenido mantenimiento, pero las rebeldías de su estructura que resistieron el impacto de la avalancha aún perduran. Visitadas por algunos turistas desprotegidos del sol y la lluvia que seguramente se encaminaban a los escombros donde padeció y murió Omaira. El crepúsculo avanzó y me trajo a la mente al Principito; deshollinando volcanes, consintiendo su flor, dialogando con serpientes, domesticando al lobo y trasladandose de planeta en planeta para visualizar el firmamento estrellado, igual al que estabamos presenciando con mi esposa, rememorando “Lo escencial es invisible para los ojos”

 

Entonces exclamé ¡Porqué un parque temático!

 

Reconocimiento como “Sitio de Memoria” o “Paisaje Cultural”

- Armero podría ser propuesto como un testimonio excepcional de una catástrofe natural y de fallos en la gestión de riesgos,

similar a cómo Pompeya es testimonio de una erupción volcánica antigua.

- En 1902 en las Antillas la erupción del Monte Pelée, hoy parque natural patrimonio de la Unesco con múltiples senderos para exploración de flora y fauna atractivo de turistas.

- Debe destacarse no solo la tragedia, sino la lección aprendida por la falta de gestión, preparación y respuesta del estado.

 

Conservación del Sitio como “Lugar de Memoria Colectiva”

- Se debe refaccionar y mantener los lugares y/o ruinas emblemáticas entre otros, el sitio de oración del Papa Juan Pablo II, iglesia, hospital, bomberos, cementerio, casa de Omaira.

- Sin alteración significativa del área, manteniendo su estado como lugar de memoria.

- Con refugios adecuados que permita a los visitantes y/o turistas protegerse temporalmente de las inclemencias del tiempo.

 

Valor Educativo y Simbólico

- Armero es un símbolo mundial de la importancia de los sistemas de alerta temprana y de la relación entre la actividad volcánica y los glaciares.

- Podría ser reconocido como un sitio de concientización global sobre desastres naturales.

 

Documentación y Propuesta Técnica

- Colombia debería presentar un dossier técnico ante la UNESCO que justifique su valor universal excepcional, con apoyo de historiadores, geólogos, arqueólogos y especialistas en gestión de riesgos.

- Incluir testimonios, archivos, y un plan de conservación del sitio. Asociación con un Contexto Cultural o Natural Más Amplio

- Si se integra con otros sitios de interés cultural o natural de la región (por ejemplo, el Parque Nacional Natural Los Nevados o el Paisaje Cultural Cafetero, ya Patrimonio de la Humanidad), podría fortalecer la candidatura.

 

Conclusión:

Para que Armero sea declarado Patrimonio de la Humanidad, debe trascender su condición de tragedia local y demostrar que tiene un valor excepcional para toda la humanidad, ya sea como:

- Sitio de memoria de desastres prevenibles,

- Lugar de educación en gestión de riesgos,

- Testimonio de la interacción entre el ser humano y los volcanes.

Sería un proceso complejo, pero no imposible, si se enfoca desde la memoria, la educación y la prevención global.

 

Bonus track

Visto que en 40 años el estado ha sido incapaz de revindicar la mayor tragedia del país, se debe conformar un ente independiente HISTÓRICO SOCIAL integrado por ONG, Iglesia, entidades nacionales e internacionales que coadyuvaron durante la catástrofe del año 85, para que la memoria de Armero perdure por los siglos de los siglos... AMÉN…

Por Víctor Raúl Sánchez Espitia  

 

 

  Miguel Angel Gonzalez. Celular 317 3266140

 

 

HISTORIA DE LA FAMILIA MELO DUQUE EN ARMERO Y SU VÍNCULO CON EL TOLIMA

 

  1977.  Teresa Melo y Chucho Gutierrez 

 

Somos una familia nacida en Funza, Cundinamarca. Nuestros padres VIDAL MELO RIZO y JULIA DUQUE DE MELO, mis hermanos Vidal, Julia Emma (q.e.p.d.), Mercedes, Claudia, Adriana y yo, Teresa. Nuestros padres nos llevaron de vacaciones al Tolima, primero a Mariquita por tres años consecutivos, luego en el año 68, cuando el Papa Paulo VI visitó a Colombia, en los colegios dieron todo el mes de agosto libre y mis padres decidieron llevarnos a Armero de vaciones durante ese mes.

Para ese tiempo mi padre ya tenía negocios de ganadería con Jorge Zárate Herrera. Arrendaba las tierras de la hacienda Albania de doña Lola Weber de Toro, para el levante del ganado. También conoció y tuvo negocios con Daniel Rebolledo, de la Hacienda El Puente.

Después compró una finca en Lérida donde criaba ganado y cultivaba arroz. Vendía el arroz al molino San lorenzo de J. J. Hernández y su hijo; conoció a los señores Eduardo y Neftalí Pineda Betancourt, quienes le compraban el arroz para trillarlo en su “Molino Picaleña”, ubicado en Picaleña, cerca a Ibagué.

Mientras esto pasaba, mis padres arrendaron una casa en Armero cerca de la calle 12 y arriba de la carrera 18, donde pasamos nuestras primeras vacaciones. Después arrendó un apartamento en el edificio de Pompilio Tafur, tomábamos la alimentación en el Hotel Armero de don Rosendo Coronado, su esposa Graciela a quien llamaban la Monita y su hija Consuelo.

Disfrutábamos de los paseos al río Lagunilla, al Sabandija con paseo de olla, las fiestas en el Club Campestre, las jugadas de cartas, billar, ping pong, los platos típicos donde Capi, como el caldo de criadillas y de palomilla… los tamales, la lechona.

Conocimos y compartimos con amigos como los Gaitán Álvarez: Fernando, Juan Antonio, Carlos Alberto, con Piedad Peña, Miriam Martínez Hayek, Chilico Urueña, el Pote Caldas, el Gordo Arias Lucena, Mabel y Astrid Díaz, Marta Arana, Jairo Ortiz, Fernando, César y Manolo Zárate, Gloria y Olga Rojas, los Gutiérrez Parra, los Urdaneta Gutiérrez, los Gutiérrez Medina. Durante las vacaciones, con Chucho Gutierrez nos ennoviamos en el año 74 y nos casamos en abril del 77. Tuvimos 2 hijas, Andrea y María Fernanda Gutiérrez Melo… y tenemos 4 nietos: Cristóbal, Rebecca, Samuel y Emmita, por sus venas corre sangre Armerita.

Pasado un tiempo mi padre se interesó mucho sobre el procesamiento del arroz. Habló con los Pineda para que le permitieran visitar su molino y conocer del proceso. Luego se asoció con ellos y después de un tiempo, mi padre terminó comprándoles el molino.

A partir del año 68 nuestras vacaciones continuaron en Armero hasta el año 73, cuando mis padres se radicaron definitivamente en Ibagué. El 5 de marzo de 1975 mis padres fundaron la Empresa Procesadora de Arroces PROARROZ S.A.S, que este año se celebran los 50 años, contribuyendo al desarrollo y la economía de la región.

Nuestra familia fue víctima de uno de los delitos más atroces e inhumanos que puedan existir, nuestro padre Vidal fue secuestrado por la guerrilla el 7 de septiembre de 1998. Fue sacado de su empresa, el Molino ProArroz en el sector de Picaleña en Ibagué, estuvo secuestrado durante 66 días y fue liberado el 13 de noviembre del mismo año.

Para nosotros la fecha del 13 de noviembre tiene doble connotación, primero la terrible tragedia de Armero con la pérdida de tantos seres queridos, la desaparición de todo un pueblo maravilloso con toda su historia, arraigo, prosperidad y abundancia. Y segundo, para nosotros el haber podido recibir sano y salvo a nuestro padre, de nuevo poderlo abrazar y consentirlo, sin embargo, ese secuestro mermó mucho su salud física y emocional. Nuestro padre vivió casi tres años más y falleció el 7 de agosto del 2001en la ciudad de Bogotá.

Este es un sincero y sentido homenaje a nuestro querido padre, que tuvo esa genial idea de llevarnos de vacaciones a Armero, que tuvo la visión para comenzar sus negocios allí, para luego radicarse definitivamente en Ibagué.

También hacemos un especial y cariñoso homenaje a Armero, lo llevamos en el corazón y en nuestros más felices recuerdos del tiempo vivido, pues nos abrió sus brazos de par en par y nos quedamos atrapados por siempre… ¡!!

Este es nuestra historia y nuestro vínculo con Armero y el Tolima… tierra que nos acogió y pudimos conocer personas increíbles y maravillosas, echar raíces para formar familias y empresas que permanecen hoy día, nos sentimos hijos adoptivos de Armero, como  nuestra segunda patria chica.

Es un homenaje a mis padres Vidal y Julia, también a los padres de Chucho, don Miguel y doña Belén y a Chucho, que el 22 de noviembre se conmemora el octavo aniversario de su encuentro con Jesucristo y sus seres queridos.

El corazón se contrae de emoción y de inmensa tristeza por todos los seres que se perdieron la noche del 13 de noviembre de 1985, por este territorio próspero y entrañable que llevamos en el corazón y en nuestra memoria, hasta el fin de los tiempos.

ARMERO VIVE POR SIEMPRE…!!!

 

TERESA MELO DUQUE.

 

  Nov- 1998. Famila Melo Duque-  Izquierda a derecha. Vidal, Julia Emma, Teresa, Claudia y Mercedes. Abajo Adriana nuestros padres Vidal y Julia Victoria.  

 

 

Al morir somos todos lo mismo, al morir somos tierra. Dario Ferrari

 

A mi madre

Elsy labrador de Quesada 

 

La vida, la de su hija menor, el vestido y los zapatos que llevaba puestos, el manojo con las llaves de su casa y las de su trabajo: eso fue todo lo que le quedó a mi madre, Elssy Labrador de Quesada, el 13 de noviembre de hace cuarenta años, cuando milagrosamente salieron vivas de Armero. Diez años atrás se había quedado viuda con tres hijos a su cargo, teniendo que rehacer su vida, remangándose los puños de la camisa y poniéndose a trabajar por primera vez. Empezó bordando para sus amigas, uno de sus muchos talentos escondidos, pues tenía unas manos de oro. Ella todo lo podía.

La noche de la catástrofe salieron hacia Guayabal desde donde, después de varios días de incertidumbre, sin saber bien qué hacer y tampoco recuerdo de qué manera, se dirigieron a Bogotá. La primera llamada telefónica que hizo fue para comunicarse con su jefe en Ibagué, quien, sin preguntar siquiera cómo estaba o si necesitaba algo, le pidió que se presentara inmediatamente en el trabajo y sobre todo que llevase consigo las llaves, esas de las que ella no se había desprendido en ningún momento mientras escapaba de la muerte, porque pensaba que iba a poder volver a su casa a sacar el agua, a cambiarse de ropa, a la vida tranquila de siempre. Nada de eso sería así.

Lo cierto es que era urgente volver, había mucho por hacer. No tuvo ni tiempo para llorar como hubiese querido por todos aquellos a los que había perdido esa noche: a los parientes muy queridos, a los amigos entrañables, a todo un pueblo. Reinaba el caos en la región, de manera que pasaron algunos días hasta que finalmente logró llegar a Lérida. Así la encontré, llevaba puestos el mismo vestido y los mismos zapatos. Abrió las únicas puertas que pudo con sus llaves, las de su trabajo, y se consagró definitivamente a él.

Mi madre trabajaba por esa época con el ICBF, era la directora del hogar infantil Coloyitas, situado en una pequeña casa rural y con capacidad para unos cuantos niños. En ese entonces Lérida era un pueblo chico y tenía pocos habitantes respecto a lo que es hoy, y ella iba y volvía todos los días desde Armero para ocupar su puesto. En sus manos había recaído también el encargo de dar inicio a su funcionamiento, así que arrancó desde cero y caminando de casa en casa reunió a los primeros niños, hijos de familias muy necesitadas, algunos de los cuales con problemas de desnutrición.

Con los años Coloyitas iría creciendo, pues muchos sobrevivientes de Armero se fueron a vivir a Lérida y tuvieron que construir una sede mucho más grande y completa para poder ofrecer un mejor servicio a la nueva comunidad. Mamá hizo plantar árboles a su alrededor para darle sombra y transformarlo en un lugar más fresco. Colgaron helechos, sembraron flores, crearon un estanque con patos y otros animales domésticos para que alegraran el jardín y los niños disfrutaran del contacto con ellos. Se respiraba mucha vida en sus corredores a la hora del recreo, que se llenaba de risas infantiles, juegos y canciones contagiosas, mientras que la hora del almuerzo era bulliciosa y rica del aroma de la comida preparada en la cocina con tanto amor.

Siento una gran admiración por el trabajo que mi madre realizó allí junto al equipo que la acompañó durante los treinta y cinco años posteriores a la tragedia de Armero. Ella, aunque no poseía un título universitario que la acreditara para el cargo, gracias a la experiencia adquirida, a su constancia, a su seriedad y a su tenacidad, supo manejar esa transición y desempeñar con éxito su labor, entregándose sin límites a ese compromiso. Incluso los domingos y festivos encontraba una excusa para pasar por allí: porque iba el jardinero a cortar unas ramas, porque había que arreglar una puerta o, simplemente, porque no existía otro lugar en el mundo donde se sintiera mejor.

Un día empezaron a faltar recursos, así que mi madre se puso de nuevo en marcha, esta vez para tratar de convencer a las familias con mayor capacidad económica de que enviaran a sus hijos allí. No resultó fácil, pero tenía una buena propuesta, y esas familias que pagaban financiaban a su vez a aquellas con menos posibilidades. El primero en seguirla fue el alcalde de esa época, que se convertiría en un ejemplo a seguir para muchos.

Desde las oficinas centrales del ICBF de Ibagué, si alguna directora del territorio necesitaba ayuda le aconsejaban dirigirse a ella y tomarla como modelo. Algo que contaba con mucho orgullo, aclarando siempre que aquello también era el fruto del trabajo eficiente y del empeño de sus colaboradores.

Muchas veces, caminando en su compañía por las calles de Lérida, mamá recibía miradas de agradecimiento por parte de jóvenes que ella ya no reconocía, pues se trataba de niños que habían pasado a ser ya adultos pero que continuaban llamándola tía con afecto; por parte de las madres empleadas en alguna oficina o en el hospital a donde íbamos para sus consultas médicas, que se prodigaban en su afán por ayudarla durante las largas esperas; por parte de las abuelas, muchas de las cuales se habían hecho cargo de sus nietos para ayudar así a sus hijas, muy jóvenes y generalmente solas en la difícil tarea de la crianza, con las que nos encontrábamos en los almacenes a donde íbamos para hacer sus compras.

Si el propósito de una vida es trascender, dejar huella, hacer algo que vaya más allá de simplemente sobrevivir, a lo largo de la suya, y en especial durante esos treinta y cinco años, ella lo logró, demostrando una capacidad de resiliencia extraordinaria, floreciendo y transformándose, sin darse por vencida a pesar de los duros golpes que la vida le reservó.

En sus últimos años, después de jubilarse, cuando la salud empezó a faltarle y mientras la memoria la abandonaba, miraba pasar a los niños por delante de la puerta de su casa con nostalgia, le hacían falta, extrañaba mucho ese lugar donde se había sentido viva y necesaria. Falleció el 17 de mayo de este año, evitando así asistir a una dolorosa conmemoración que ya no habría logrado abarcar, dejándome en un mundo que en su ausencia me resulta cada día más grande.

Gracias por tanto mami.

 

Por Diana Quesada Labrador 

 

 

Reseña Dr. Romilio Solano

 

En la anterior foto, se encuentra mi papá (Romilio Solano) con algunos de sus pacientes pediátricos en el patio del Hospital San Lorenzo.

 

Romilio Solano Ramírez, mi padre, nacido en Simijaca (Cundinamarca) el 16 de marzo de 1928, graduado en Medicina de la Universidad Nacional de Colombia en 1954, se radicó en Armero desde su rural, trabajo en el Centro de Salud como Epidemiólogo, como Director del Instituto de Seguros Sociales y en el Hospital San Lorenzo, médico cirujano querido por unos y odiado por otros, atendía a sus pacientes en su primer consultorio en la calle 10 carrera 17, y luego en la esquina de la calle 12 con carrera 19.

Miembro del Club Campestre donde departía con sus colegas y amigos: Luis Ernesto Guzmán, Sigifredo Hernández, Lizardo Moreno, Rafael Papa, Armando García, Nelson Restrepo, Ignacio Silva, entre otros. Entre sus pasatiempos: cultivar en el patio trasero de la casa, cuidar sus perros, leer, jugar tejo, salir de paseo al rio y disfrutar los jueves de la mazamorra chiquita de doña Rosalba en el Hotel Bundima.

Desapareció la noche de la avalancha del miércoles 13 de noviembre de 1985 junto a sus 10 queridas mascotas: 1 pastor alemán, 2 boxer y 7 schnauzer.

Por Gina Solano

En esta foto se encuentran (Izquierda a Derecha): Irma de Pérez, la Señorita Inés Rojas*, la Señora Ligia Rojas*, su esposo Don Roberto*, Don Abelardo Pérez, mi mamá (Rosa Ávila), mi papá (Romilio Solano) y yo (Gina Solano). *Dueños del Colegio Nuevo Liceo y las Danzas de Armero. 

  Vehiculo del Dr Romilio en Armero.  Dodge Coronet 440 de      color verde. 

EL LEGADO DE JOSÉ EDUARDO VANEGAS POLANÍA TINTAN.

 

En el corazón de Armero, entre la calidez de su gente y la fuerza de sus sueños, vivió un hombre que dejó huellas profundas de alegría, trabajo y amor: José Eduardo Vanegas Polanía, conocido con cariño como Tintán.

Desde joven, Tintán demostró una habilidad admirable para construir con sus manos y con el alma. Su arte en la construcción no solo dio forma a casas de todas las formas y tamaños, sino a esperanzas. Cada muro que levantaba, como lo muestra la portada de la granja de la universidad del Tolima, la cual después de 50 años se mantiene en pie, llevaba impreso su esfuerzo, su dinamismo y su esfuerzo por ver prosperar a su gente.

Con el paso del tiempo, su simpatía y su don de gente lo llevaron a otro oficio entrañable: la venta de lotería, la cual allí en las calles de su amado Armero ofrecía en especial a sus amigos y público en general. Fue así como se convirtió en símbolo de optimismo y confianza; porque cada billete que ofrecía iba acompañado de una palabra amable, una sonrisa o una conversación que alegraba el día a quien lo encontraba.

Su espíritu trabajador y visionario lo llevó a cumplir uno de sus mayores sueños: fundar el restaurante El Refugio de Tintán. Aquel bello lugar colonial, era un sitio de encuentro y amistad, donde la buena comida se mezclaba con el calor humano, característico de su dueño. Aquel no era solo un restaurante, sino un refugio verdadero, donde todos se sentían en casa, gracias a la buena atención de su anfitrión. Tintán no solo construía ni servía platos. Él cantaba y con su melodiosa y sentida voz entonaba más de un bello bolero, dentro de los cuales formaban parte de su  repertorio: Total, vendaval sin rumbo, solamente una vez y los aretes que le faltan a la luna… también le encantaba la salsa y cuando la música empezaba a sonar y tenía más de un trago de aguardiente en su cerebro, su cuerpo hacía mover con elegancia y ritmo, como quien baila no solo con los pies, sino con el corazón.

Y cuando el trabajo lo agobiaba Tintán encontraba paz en otro de sus amores: la Pesca. Le gustaba compartir esas jornadas con sus amigos entre risas, historias y silencios serenos junto al agua. Para él la pesca era un refugio para el alma, un momento para disfrutar la naturaleza y la amistad, lejos del ruido y cerca de la vida sencilla que tanto amaba.

Tintán fue un hombre privilegiado en el amor al encontrar a Graciela Rondón, una bella y enérgica jovencita con quien tuvo cinco hijos y fue su compañera incondicional. Juntos formaron una pareja admirable, porque mientras el construía con ladrillos, manjares y melodías; ella hilvanaba con hilos de seda y agujas de oro fino, las más hermosas camisas, vestidos y ropa infantil en su agradable taller llamado Confecciones Patricia. Esta microempresa daba empleo a cuatro mujeres del barrio el Yaví. En este taller también nacieron oportunidades, sueños y esperanzas. Dos años después de la tragedia de Armero, Graciela fundó la asociación de Armeritas confeccionistas Asoarco, donde como presidenta de 20 mujeres, lograron posicionar sus confecciones en Ibagué durante varios años.

El 13 de noviembre Tintán partió junto con el pueblo que lo vio crecer, dejando atrás su risa, su tenacidad y amor y el 12 de noviembre de 2022, Graciela después de estar casi cuarenta años solita, fue a su encuentro. Tintán vive en cada canción, en cada historia, en cada río donde alguna vez lanzó un anzuelo o disparó su arpón y en el corazón de sus hijos y amigos, quienes aprendieron de él que la vida bien vivida, es el refugio más hermoso que podemos tener.

Autora: Nancy Vanegas Rondón

 

Mi padre en su gran pasion la pesca.  

   

 

Resiliencia. 

 

Por invitación especial de Roberto Ramírez, compañero entrañable y hermano de vida desde nuestros días en el Colegio Americano, me animé a escribir estas líneas sobre mí —aunque confieso que no ha sido tarea fácil. Es un honor compartir estas palabras que celebran la fortaleza emocional y humana de una mujer que, hasta hoy, no ha dejado de librar batallas con valentía y esperanza.

La fuerza detrás de la dulzura: retrato de una mujer resiliente

Si ser resiliente significa tener la capacidad de enfrentar, adaptarse y recuperarse ante situaciones adversas, traumas o momentos de gran estrés, todos los sobrevivientes de la tragedia de Armero lo somos. Seguimos en la lucha por salir adelante con la frente en alto y muy orgullosos de ser Armeritas, aunque no hayamos nacido en la Ciudad Blanca de Colombia.

En tiempos en que la adversidad parece no dar tregua, algunas personas se convierten en ejemplos de fortaleza silenciosa, rindiendo homenaje a la vida a través de sus actos cotidianos. Eso es lo que he procurado hacer: honrar la memoria de mis padres, hermanos, abuelos maternos y mi sobrino fallecido, viviendo cada día guiada por los valores y enseñanzas que me transmitieron con amor, y con el apoyo incondicional de mi hermanita menor, María Fernanda Barrios, mujer que admiro, respeto y amo. Esos principios no solo moldearon mi carácter, sino que representan la esencia más profunda de mi formación como ser humano.

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Mi familia y mi historia

Nací en Bogotá el 4 de enero de 1965, hija de Raúl Barrio Prieto, un hombre simpático y trabajador, sobrino de Ana Silvia Prieto, esposa dedicada de Pompilio Tafur.

Mi madre, Lucila Bastidas Bernal, hermosa mujer, madre y esposa amorosa y de piel de durazno que todos admiraban. Con frecuencia la confundían con nuestra hermana mayor. Su ejemplo de vida sigue guiando mis pasos.

Crecí junto a mi hermano mayor, Raúl Barrios Bastidas, un hombre íntegro, excelente estudiante y apasionado ciclista. Fue un gran referente para mí, y aún resuena en mi memoria su frase favorita: “El que persevera alcanza”.

Mi hermana, Ángela María Barrios Bastidas, espontánea, enérgica y profundamente sensible, con una belleza que irradiaba desde su alma. Su hijo, Gustavo Barrios, fue un dulce bebé, bautizado en la iglesia del parque principal, y dejó una huella imborrable en nuestros corazones.

Mi abuelo, José Arturo Bastidas, era delgado, estricto y de carácter fuerte. A los once años me enseñó a jugar billar con la misma disciplina con la que enfrentaba la vida. Cuando lograba ganarle en tres bandas o carambola libre, se enojaba, tiraba el taco y se iba furioso.

Mi abuela, Adela Bernal, era pequeñita, dulce y siempre tenía una sonrisa picarona. Su changua, preparada con cariño, sigue siendo el sabor más reconfortante de mi infancia.

Esta es mi historia, tejida con los hilos de una familia que me formó con amor, valores y memorias que siguen latiendo en cada paso que doy. A mi lado camina mi hermana María Fernanda Barrios, una de mis grandes motivaciones para nunca desistir y siempre persistir. Su fortaleza, tenacidad y dulzura, junto con su solidaridad incondicional, han sido un pilar constante en mi vida. Su presencia me recuerda que el amor familiar es una fuerza que trasciende las dificultades y nos impulsa a seguir adelante.

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Trayectoria y reinvención

Graduada en 1987 en Sofrología Clínica en Bogotá, me mudé a São Paulo, Brasil, donde me especialicé en Infertilidad Humana. Regresé a Colombia en diciembre de 1999. Viví en Cartagena durante seis años, donde comencé vendiendo velas artesanales en bicicleta, pinté bateas en madera (técnica que me enseñó Matty, una barranquillera en Brasil), tuve una van de transporte escolar y universitario, presté asesoría a hoteles en la organización de eventos especiales, me convertí en guía turística para americanos, estudié inglés en el Colombo Americano cerca de la Plaza Santo Domingo, rentaba mi propio apartamento en temporada alta y administraba otros.

Pasé un tiempo en La Dorada, Caldas, ayudando a mi tío Alberto en su recuperación tras una cirugía en la pierna. En ese momento comprendí mejor el amor que tenía por todos sus sobrinos.

Luego me trasladé a Lérida, Tolima, para aprender sobre cultivos de arroz y maíz junto a mi hermana. Al principio no distinguía una planta de arroz de una maleza, todas me parecían iguales. Agradezco profundamente a los agrónomos y agricultores que con paciencia me enseñaron. Terminé haciendo reproducción de semilla para Fedearroz en el Valle del Cauca con Diego Jaramillo. Alcanzamos la mejor producción de maíz amarillo en diez años: 9.5 toneladas por hectárea, con el apoyo de Pioneer, su agrónomo Freddy Bonilla —gran amigo— y de Fenalce, institución de la cual formé parte activa durante algunos años.

El gobierno bajó el precio de venta 200 mil pesos por debajo del costo de producción, y otra vez tuve que empezar de cero, con una deuda enorme que mi tío Alberto en parte me ayudó a pagar para volver a comenzar.

Después me mudé a Armenia, Quindío, durante cuatro años. Gracias a la semilla sembrada en mí —mi habilidad para cocinar— y al apoyo de mi gran amigo Diego Jaramillo y su amigo, el periodista Juan Diego Lozano, monté una línea de alimentación saludable con productos lo más orgánicos posibles para la época. Cultivaba todas las especias en materas en el balcón del apartamento en la Calle Real. Por falta de experiencia y precaución ante los cambios gubernamentales, volví a quedar en ceros, aunque esta vez sin deudas.

Camino a Ibagué conocí a Carlos Manuel Mercado, odontólogo y excelente profesional. Juntos creamos IMATEC: Unidad de Radiología y Tomografía Oral en 3D. Con las uñas y la berraquera nos establecimos y nos convertimos en referentes de la tecnología aplicada a las diferentes especialidades odontológicas. Tomé un diplomado en Radiología Oral y Maxilofacial con la Universidad de Guadalajara, México. Sin embargo, fuimos engañados en nuestra buena fe y, después de ocho años de arduo trabajo y dedicación, volvimos al punto cero.

Ya con 58 años, decidí no dar la batalla en Colombia, pues las condiciones favorables eran muy remotas y mi única hermanita estaba muy lejos. Así que emprendí camino hacia un país nuevo, con un idioma que no dominaba y una idiosincrasia muy distinta a la nuestra. Ha sido un gran reto, y he tenido que sacar mis mejores habilidades y reinventarme como todo inmigrante lo hace. Vamos bien, y con la frente en alto de ser una colombiana —como decimos muchos— echada pa’lante, que no camina, sino que abre surcos. Como me dijo alguna vez un amigo: “Tienes la capacidad de despelucar a un calvo”.

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Reflexiones sobre la resiliencia

Desde temprana edad he enfrentado pérdidas devastadoras que podrían haber quebrado mi espíritu. Sin embargo, lejos de endurecerme, he buscado la fuerza interior que me mantiene firme. Cultivo la capacidad para reinventarme ante cada obstáculo, analizar las situaciones con objetividad y buscar soluciones sin perder la empatía.

Una de las cualidades a cultivar es la disciplina. No se trata solo de constancia, sino de una voluntad férrea para abrazar lo difícil, procesarlo y convertirlo en aprendizaje. Dicen que mi neutralidad al enfrentar conflictos me permite ver las múltiples caras de una situación, lo que enriquece mi toma de decisiones y fortalece mis vínculos personales.

Mi amiga y auxiliar Jenifer Arias dice:

“A pesar de los golpes de la vida, conservas una dulzura innata que no ha sido opacada por el dolor. Tu sentido del humor, espontaneidad y capacidad para brindar apoyo incondicional hacen de ti una presencia luminosa en la vida de quienes te rodean. No eres mezquina ni amargada; eres fuerte, sí, pero también generosa y alegre.”

Mi amiga y odontologa Gloria Rey me escribió:

“Considero que eres una persona profundamente resiliente: tienes la capacidad de reinventarte ante cada adversidad. Tu sinceridad, tu calidad humana y tu neutralidad al enfrentar los desafíos te permiten observar las situaciones desde múltiples perspectivas, lo que se convierte en una gran fortaleza para encontrar soluciones y mejorar continuamente.

Tu disciplina es otra cualidad admirable. Abrazar una situación difícil, analizarla, procesarla y transformarla no es sencillo para nadie, y sé que para ti tampoco lo ha sido. Sin embargo, tu capacidad para no quedarte estancada, para escuchar, reflexionar y actuar con sabiduría te convierte en una persona excepcional.

“Tu gran corazón, siempre guiado por el deseo de hacer el bien sin causar daño, te ha permitido superar momentos complejos sin perder tu esencia ni lastimar a quienes te rodean. Por eso creo que has logrado salir adelante en medio de distintas adversidades, siempre buscando lo correcto, persiguiendo tus sueños y esforzándote por ser cada día una mejor versión de ti misma”.

La resiliencia es una habilidad que permite no solo superar las dificultades, sino transformarlas en oportunidades de crecimiento personal.

Tu mejor sonrisa tiene el poder de abrir puertas y ventanas, iluminando caminos incluso en medio de la oscuridad.

 

Por Clara Inés Barrios Bastidas

 

  Clara Inés y María Fernanda Barrios Bastidas.  

 

RECUERDOS DEL CLUB CIENTIFICO “CARLOS ROBERTO DARWIN”

 

 Dr Edgar Ephren Torres. 

 

Corría el año de 1965, llega a la ciudad de Armero un joven muy piloso que había terminado su bachillerato en la ciudad de Chaparral, pero su residencia era en una vereda del cañón de las Hermosas en Chaparral Tolima. Huyendo de la violencia, su familia se instala y labora en la parte agropecuaria. Edgar Ephren Torres era su nombre, inicia sus estudios en la universidad del Tolima y se gradúa como Biólogo, participando activamente como docente de los colegios de la Ciudad Blanca de Colombia, disponiendo de la capacidad de investigar temas tan importantes de nuestra fauna y flora; pareciese que era una pequeña expedición botánica, con la participación de estudiantes, los cuales crearon herbarios e insectarios que eran muy interesantes para el desarrollo de las clases.

Ya en el año de 1970, empieza una nueva investigación junto con un grupo de exploradores voluntarios que en realidad eran estudiantes de diferentes colegios que ambicionaban encontrar cosas novedosas para conformar a un futuro un museo. La primera salida fue en junio de 1971 a la Hacienda Panchigua. Es así como conoce la Hacienda Las Vegas del Sabandija y encuentra bastante material cerámico y lítico perteneciente a los indígenas Panches, a la vez que los accidentes geográficos del sector indicaban que allí se había establecido un poblado indígena con sus centros ceremoniales. A mediados de los años 70s hacen en la emisora Radio Armero, un programa los domingos donde hablaban de las actividades realizadas a cargo de Manuel Leal, Pilar Angarita. El profesor Edgar Ephren, en un principio ubicó las piezas arqueológicas en su casa y el colegio San Pio X y en un futuro crear un museo. Las investigaciones del profesor Torres se basaron en textos de científicos como: Barry Fell, Paul Rivet, Edward Evans, Álvaro Chávez Mendoza, Héctor Arroyave, que fueron consideradas por otros interesados en el tema de la cultura Panche. Así como dispuso de invitación a la comunidad científica de Colombia y del Extranjero para que efectuaran investigación a estas comunidades precolombinas.

En una ocasión las piezas arqueológicas fueron llevadas a la ciudad de Ibagué, al no encontrar un apoyo para crear el museo, después de luchar por muchos años por una sede y brindar al público sus hallazgos es escuchado en 1983 por el alcalde Ing. Luis Fernando Arboleda, el personero Ing. Octavio García Varón, quienes no escatimaron gastos en arrendar una casa en la carrera 17 entre calles 12 y 13 donde antes funcionó la discoteca Castillo Blois y crearon la biblioteca municipal con Fabiola Rincón como Bibliotecaria, y adjunto el museo Carlos Roberto Darwin. Ese mismo año el grupo de exploradores era amplio y de varios colegios, hubo una votación para dejar o cambiar el nombre y al final quedó Instituto Científico “Carlos Roberto Darwin”. Grandes colaboradores del museo fueron: Arq. Helgie Rincón, Jairo Ramírez, Sandra White, Héctor Diaz entre otros. El museo realizaba actividades con universidades, colegios, municipios, hacía los viernes culturales con presencia de danzas, grupos musicales, poesía, etc. Funcionó hasta el 13 de noviembre de 1985.

La Corporación Centro de Historia de Armero Tolima “CHAT”, tiene miembros que hicieron parte de la historia del Club o Instituto “Carlos Roberto Darwin”, se quiere que el legado del profesor Edgar Ephren Torres no sea olvidado y es por ello que junto con un grupo de sobrevivientes admiradores del Darwin se ha creado en la cabecera de Guayabal, Municipio de Armero el museo MAAPHA (Museo Arqueológico Antropológico Patrimonial e Histórico de Armero) que busca preservar y divulgar la cultura del municipio, partiendo de los indígenas Panches con la sala Edgar Ephren Torres Mosquera, que alberga piezas que fueron del Museo Darwin de Armero y sobrevivieron al desastre por estar en otro lugar y han sido donadas al Corporación Centro de Historia de Armero Tolima MAAPHA. Siempre muy agradecidos con la enseñanza que se recibió del profesor Torres y se desea que todo el mundo conozca su noble labor.

 

1984. Parque Los Fundadores de Armero, Instituto Científico Carlos Roberto Darwin.Exposición de objetos del Museo Darwin.   

 

Por “Corporación Centro de Historia de Armero Tolima “CHAT”. “Tus obras serán nuestras historias”.  

 

 

Rincon Literario Armerita.  

El Gato Martínez, es el personaje central en la novela Mefistófeles no es mi nombre. Un relato que no cuenta una simple historia, en este caso la de una familia en San Lorenzo de Armero a la llegada de los alemanes. Un éxodo de extranjeros que llegaron al Norte del Tolima. Una novela hibrida que no se queda en la simple historia, es la combinación de diversas disciplinas y muestra ante todo, una investigación profunda. Escrita por Ángel Martínez, es todo un desafío y sugiero su lectura. Un libro que se lee de manera deliciosa porque se siente aprendiendo. Va dejando una serie de experiencias maravillosas, sorprendentes y llenas de toda esa sorpresa que debe tener una buena historia.

Carlos Orlando Pardo Rodríguez. Pijao Editores.

 

Parque Infantil

En la foto * Liliam Angel de Rodríguez y su hija Cali Rodríguez Angel (a finales de años 50´s) sobre senderos sembrados de prado rodeados de espejos de agua que despues se convirtieron en vivienda de babillas y tortugas. *fallecida el 13 de noviembre de 1985. 

 

En Armero Tolima entre calles 10 y 11 y carreras 21 y 22 contamos con un sector emblemático, divertido que ofrecía esparcimiento y donde siempre se consignaron sorpresivas historias: un zoológico con monos, tigrillo, aves, entre otros.

A los lados de amplios corredores, vegetación nutrida, descansos en cemento, flores de colores, arboles de lluvia de oro, palmeras de corozos y en los alrededores almendros y acacios. 

 

Por Cali Rodriguez Angel.  

 

Muy cerca de espejos de agua se levantaban 4 soportes o columnas del Monumento a las Banderas (siempre blanco) cuyo diseño circular en el centro contenía agua. En la foto María, nuestra auxiliar de Servicios acompañando a Cali Rodríguez Angel. 

 

 

 

  Paloma y Luis Fernando Monroy 

 

Un legado de resiliencia y esperanza.

Del libro SOBREVIVÍ A LA CATÁSTROFE DE ARMERO

 

Este especial y sentido libro, nace del esperanzador corazón y la infinita resiliencia de un hombre que mediante su testimonio de vida nos enseña a transformar el dolor en fortaleza, así como las heridas en cimientos para nuevos comienzos, ese hombre es mi padre. Es imposible para mí leer sus palabras y no sentir una profunda admiración por su fe y determinación para honrar la memoria de Armero y de todos aquellos que quedaron bajo el lodo aquel trágico 13 de noviembre de 1985.

Mi padre, Luis Fernando Monroy Uribe, sobrevivió a una catástrofe que marcó a Colombia y al mundo. Por medio de sus páginas nos relata cómo enfrentó la pérdida, no solo de sus padres, Floro y Trigueña, sino de una ciudad entera, de una hermosa infancia y de tantas promesas que allí quedaron. A pesar de esto, nos enseña cómo de las cenizas de tanta destrucción emergieron la esperanza y la voluntad de resurgir.

A simple vista, pareciera que no haber vivido esta tragedia de manera directa no dejara en mi pérdida alguna, pero cómo me hubiera gustado conocer a mis abuelos, escuchar tantas de las historias que seguramente tenían para contarme y compartir con ellos un amor tan puro como el de una nieta con sus abuelos. Floro y Trigueña no solo eran padres ejemplares, también eran pilares en la vida de mi padre, quien siempre habla de ellos con un cariño y una nostalgia que traspasa el tiempo. Creo firmemente en las palabras de mi padre cuando dice “Ellos no se fueron del todo; viven en cada gesto de amor que transmitimos y en cada lección que me dejaron para darte a ti”.

A través de nuestros múltiples viajes a Armero, en los cuales visitamos sin falta la gran cruz en honor a mis abuelos, que algún día fue su casa; la cúpula de la catedral, el centro de visitantes, la tumba de Omaira y cada rincón de este lugar histórico; sumado a sus recuerdos, varias fotos y un par de videos de la época, además de decenas de historias que he escuchado y escuchado durante estos 18 años, he llegado a imaginar e incluso de alguna peculiar manera revivir cómo era la vida en Armero, la casa Monroy Uribe con su característica piscina, sus jardines cuidados con esmero, a la que llegaban siempre diferentes y muy curiosos visitantes; experiencias de mi papá con sus amigos, con sus hermanos y en general, los momentos felices allí vividos.

Asimismo, a lo largo de los años, he sido testigo de su lucha constante por mantener viva la  memoria de Armero. No se trata solo de recordar una tragedia, sino de preservar la esencia de un lugar que fue su hogar. Este esfuerzo no es solo suyo; como su hija, hago mía esa responsabilidad de transmitir este legado a futuras generaciones. Armero no debe quedar en el olvido. Las más de 25.000 almas que perecieron merecen ser recordadas, no solo por quienes las conocieron, también por quienes, como yo, nos conectamos significativamente con ellos a través de las historias que nos heredaron.

La resiliencia de mi padre es ejemplar y sin duda, una guía en mi vida. A pesar de las adversidades que enfrentó, logró construir un nuevo horizonte lleno de sentido. Con esfuerzo logró sobrepasar las dificultades, para entregarnos a mi madre y a mí, una familia unida y amorosa. Su verdadero legado es enseñarnos que la vida siempre encuentra una forma de renacer, incluso ante la mayor oscuridad.

Mi propósito en estas páginas es dejar grabado que mi padre no solo sobrevivió a la tragedia de Armero, sino que también le dio un nuevo significado a su existencia. En cada palabra que aquí consta, en cada esfuerzo por preservar su historia, en cada momento compartido conmigo, Armero vive. Vive en él, en mí y en todos los que nos sentimos parte de esta historia, quienes hemos aprendido a honrar a quienes se fueron convirtiéndonos en mejores seres humanos.

Gracias, papá, por ser mi ejemplo de resiliencia, amor y esperanza. Este epílogo es solo una  pequeña forma de devolver todo lo que me has dado y de asegurarte que tu historia, nuestra historia, seguirá viva.

 

Con amor Paloma Monroy Pinzon.

 

 

Honores a la familia Perilla Enciso.   

 

  Iglesia San Lorenzo de Armero. Salomón Perilla y Ernestina Enciso.  

  

Doy gracias a Dios por permitirme rendir honores a mi hermosa Familia Perilla Enciso, que me inculcó los principios y valores que me permiten ser la persona que soy hoy; no solo los valores de honestidad, ética, moral, respeto, responsabilidad y unión familiar, sino también una heredad espiritual que me permite primero enaltecer a Dios, porque toda la gloria, honra, poder y alabanza son para Él. Este es el reflejo y los valores de esta familia.

Crecí en una familia hermosa, conformada por mi padre Salomón Perilla, mi madre Ernestina Enciso de Perilla y mis doce hermanos (diez mujeres y dos hombres). Mi padre era un hombre serio que nos enseñó el respeto por la palabra, algo que ya no se ve; al tener tantas hijas, nos cuidó. Recuerdo que sacaba la silla y se sentaba a acompañar la visita de los novios y a las nueve de la noche, nos decía: “Ya está como tarde...”, para indicarnos que las visitas ya se tenían que ir. ¡Qué bellos momentos! Mi madre hermosa —“Tinita” le decíamos—, mujer virtuosa, era el centro de la familia; con todo el amor nos educaba y nos daba uno que otro chancletazo si no nos aprendíamos las tablas de multiplicar. El 31 de diciembre hacíamos la rueda familiar en la sala cogidos de las manos y, dando gracias a Dios, esperábamos el nuevo año, con el “billetico, billetico, traernos dicha y prosperidad para este año”, las uvas, las lentejas... Y mis hermanas, ¡qué grandes mujeres todas ellas! La mayor, Luz Marina, era una gran mujer y excelente mamá, esposa e hija. Trabajaba en la Universidad del Tolima; su esposo era Jorge Rubio y tenían dos hijitos hermosos: Ingrith Johanna y Mauricito.

Amanda, ¡qué hermosa mi hermanita y qué humanitaria! Trabajó en el Hospital San Lorenzo y luego en el Hospital Mental de Armero, siempre con ese espíritu de servicio insuperable. Myriam manejaba el correo aéreo, la agencia de turismo y la agencia de loterías en Armero. También perteneció a la Defensa Civil. ¡Cómo me enseñó y me formó para mi futuro laboral! Todas sus enseñanzas son dignas de admiración. Inés tenía un alma alegre, sencilla y llena de amor. Trabajó en la Alcaldía de Armero y perteneció a las Damas Rosadas. Se casó con Miguel Camilo Medina Labrador y tuvieron a Miguel Ángel, mi sobrino mayor, que vive actualmente y es fiel reflejo de la tenacidad que caracteriza a los Armeritas, personas berracas que nos sobreponemos a las adversidades.

Vivimos realmente felices, en una familia maravillosa, muy unida y cargada de amor. En esta fecha rendimos homenaje a la memoria de los más de treinta familiares que perdimos esa noche, entre padres, hermanos, sobrinos, cuñados, tías y primos, así como perder nuestra identidad de un pueblo que nos acogió y donde Dios nos plantó.

Por eso, hoy es el momento para honrar a nuestro Armero del Alma, la Ciudad Blanca de Colombia, la ciudad de todos, y dar gracias a Dios por mis hermanos que están vivos: Marleny, Alba Deicy, Gloria Yineth, Mariela, Salomón y Carmenza, con quienes salimos adelante, como valientes en medio de la adversidad, fortalecidos con los valores que nos dejaron nuestros padres. Y agradezco a Dios por la familia directa con la que me premió: Jorge Martínez, mi esposo, a quien conocí en Armero (estudió en el Americano y jugó en el Racing) y mis hijas Cindy y Natty, que han sido mi fuerza, el sentido de mi vida y el respaldo para hoy decir con orgullo: ¡Gracias Dios por ser Armerita, por la familia que hoy enaltezco y siempre estará en mi ser y en mi alma y que honro con mis mejores y más hermosos recuerdos!

 

Por Patricia Perilla Enciso

 

 

Mi Reconocimiento JORGE LUIS GONZALEZ ROZO…El Pescadito…Bocachico…

 

Sus padres, Marzo González y Etelvina Rozo, eran propietarios de una finca ubicada en mi vecindario en el Barrio Restrepo, por demás única, - con todas las características del campo, pero dentro de la ciudad - donde había arboles de mango, mameyes, papaya, churimas y por supuesto plátano; además de ganado vacuno.

En las tardes calurosas cruzábamos su predio en búsqueda de charco piscina, uno de los tantos bañaderos con los que contábamos, ubicado sobre la acequia que pasaba cerca al colegio Carlota Armero en su nueva sede.

En época de cosecha, de manera clandestina ingresábamos por cualquier roto de sus cercas y eludiendo sus perros nos apoderábamos de cuantas frutas pudiéramos llevar en nuestras manos.

Ocasionalmente de su casa salía en las tardes una guacamaya inmensa, que al volar bajo por nuestra cuadra, se convertía en todo un espectáculo.

A pesar de ser nuestro vecino, nunca tuvimos trato ni amistad, porque su tiempo lo distribuía en jugar futbol y atender a sus fans, ya que las chicas de su edad caían rendidas por su elegancia y porte varonil.

La cotidianidad y el día a día de Armero, no era distinta a cualquier ciudad colombiana, donde las personas interactúan de acuerdo con sus privilegios económicos, sus afinidades deportivas, sus relaciones académicas y/o cualquier otro interés en común; que termina definiendo su posición social.

La tragedia del 13 de noviembre de 1.985, nos ubicó a todos los Armeritas en un mismo escenario, donde el instinto de conservación y el desafío a reorganizar nuestras vidas, se constituyó en el reto a asumir, muchos lo hemos logrado, otros tantos, muy pocos a Dios gracias, no lo han podido lograr. El abolengo y la vanidad de esos poquitos Armeritas, aún en este momento, no les ha permitido conectarse con sus paisanos común y corriente.

Jorge Luis González Rozo, en Lérida, ha conectado extraordinariamente no solo con todos sus paisanos, sino también con todo el mundo.

Después de la tragedia, entablamos amistad, porque vine a jugar futbol, sin saber jugar, en un equipo que conformamos de veteranos, donde pude valorar su calidad, su técnica y sobre todo su liderazgo y dotes humanos que lo caracterizan 

 Escribo de mi amigo Jorge Luis, porque aquí en Lérida, ha sido un ciudadano ejemplar, un emprendedor sin igual, sin ninguna tacha de haber sido ventajoso o de tumbar a algún socio, además, las alegrías y la felicidad de los Armeritas en los actos realizados en Lérida como reencuentros los 13 de noviembre, han sido liderados por él, con paciencia y perseverancia ha conseguido siempre los recursos necesarios para atender a los deportistas y delegaciones que hacen presencia, tanto en los actos deportivos, culturales y sociales, organizados y ejecutado siempre con excelente orden y honestidad, ante todo.

He sido testigo de excepción, que estos reencuentros Armeritas los 13 de noviembre en Lérida, se han realizado, porque mi tío Jorge Luis, le ha puesto el pecho y los ha organizado y ejecutado.

En Lérida, mencionar el nombre de Jorge Luis González, Bocachico o pescadito, es invocar al ciudadano que ilustra liderazgo, Honestidad, Persistencia, Buenas costumbres y Honradez, Gracias mi tío Jorge Luis, por permitirme ser su amigo, mis respetos y reconocimiento a su vida.

 

Por Jasiel Castillo Chacon 

  

 

 

UN DESPERTAR DESPUES DEL 13 DE NOVIEMBRE

 

Se cumplen cuatro décadas de aquel fatídico 13 de noviembre de 1985, cuando esa noche de ese miércoles respiro el nevado y la avalancha bajo por la rivera del rio sin preguntar por nombres; solo arrastró las personas con sus historias, puertas, carros retratos, radios que nunca dieron la alarma, y sepulto nuestro amado Armero.

Despertamos con una noticia trágica el jueves 14, pero al mismo tiempo teníamos tal vez la esperanza de encontrar nuestros familiares vivos en algún lugar, pero no fue así. Pasaron los días y nunca supimos de ellos y durante años hemos cargado el dolor de esta perdida, pero también llevamos en nuestras mentes el precio del silencio.

En ese momento no sabíamos si quiera por quien llorar, era tan grande la tragedia que en nuestros pensamientos se confundían los recuerdos y nuestra mente nublada por lo que vivíamos, las lagrimas ya ni nacían de nuestros ojos, seguramente se habían secado de las muchas que brotaron por la nostalgia y tristeza.

La avalancha se llevo nuestros seres queridos, pero no sepulto la ilusión de salir adelante, había que entrar en razón y debía pensar en el futuro. Estaba en ese momento estudiando en la Escuela Militar de Cadetes, centro de formación de los oficiales del Ejército Nacional. Allí recibí el apoyo y solidaridad de mis Superiores y Compañeros que me animaron a seguir adelante en mi proyecto de vida. En diciembre de 1987 obtuve el titulo de Subteniente y fui destinado a prestar mis servicios en diferentes zonas del País, ejerciendo mi profesión como militar y aportando el granito de arena para proyectar una mejor Nación a nuestros descendientes.

En esos 30 años de servicio a nuestra Nación, llegue a obtener el grado de Coronel y conociendo lo mejor de nuestra tierra colombiana. Caminé por las tierras donde los campesinos siembran y recogen sus cosechas para abastecernos en las urbes, transité por ciudades y pueblos de nuestro país conociendo sus gentes, sus culturas y su forma de vivir, en cada rincón donde pisaba, gritaba con vanidad de donde venia y contaba como era nuestro paraíso Amerita. Ese era mi mayor Orgullo y mi carta de presentación, siempre recordaba las palabras de mi padre; “Por mas alto que llegues nunca olvides de dónde vienes”.

A lo largo de mi trasegar y años después, tal vez porque Dios nos tenía marcado el camino, me reencontré con mi compañera de Colegio Carola, con ella forme un hogar hace 32 años y tenemos dos hijos, Sebastián hoy en día Arquitecto y Juliana profesional en Artes Visuales. Ellos siempre con orgullo dicen que su sangre es Armerita. Por eso digo siempre “ La tragedia me quito una familia, pero me entrego otra”. De mi Padre Herede la pasión de la docencia y hoy día me desempeño como Docente en la Universidad Sergio Arboleda.

 

Por Andres Diaz  Uribe 

  

 

AÑORANZAS, MADUREZ Y ENSEÑANZAS

 

 

Ya 40 años, desde que intempestiva y destructiva erupción borra a Armero del mapa. De un soplo arrasa la ciudad, y con ella a mis tíos y tías, mis amigos y conocidos, casas, edificios, club, piscinas, jardines, todo, ilusiones y anhelos. Sentimiento de nostalgia, mezcla de tristeza y alegría, al recordar momentos, personas y lugares queridos que ya no están. Idealizo el pasado, me apego a él, siempre matizando el presente, a pesar de los años transcurridos.

En la soledad de mis sueños, otra vez niña espero las vacaciones con ilusión, para viajar al pueblo de mi madre, ahora también el de mi padre. Atravesando la cordillera por tortuosa carretera hasta el Magdalena. En el plan, suave brisa y singular paisaje trae alegría, algodón a lado y lado y fila de camiones de albo tesoro cargados. Todo es blanco, todo huele a tierra caliente, descanso y diversión. Sensación de libertad, atmósfera de magia y fascinación, fuimos cenicientas, hadas, princesas, vaqueros, trapecistas, policías y ladrones, cazadores, tarzanes y superhéroes. Recorríamos las calles, inundados de gozo, paz interior, tranquilidad y ausencia de miedos, en un paraíso donde todo era posible. Doy vueltas al parque, volando en una bicicleta descubriendo que aprendí, tardes interminables, cobijadas por la brisa y el ruido callejero, música, conversaciones y risas.

Como adolescente, allí me enamoré por primera vez, y varias veces más. El recuerdo imborrable de los besos, cargados de ternura y emociones intensas. Anécdotas mágicas, capturadas por Mardoqueo, transformaron instantes fugaces en recuerdos eternos. Bailar y compartir hasta el amanecer con viejas y nuevas amistades. Fiestas inolvidables, vestidos de mil colores, celebraciones memorables, orquestas, música, diversión y ensueño.

Visitar la casa de tíos y abuelo, fuente de experiencias y bienestar. Dos tíos con sus numerosas familias en el barrio Santander, y otro en el marco del mercado, el abuelo, frente al Parque Infantil. Compartimos navidades, cumpleaños, meriendas, concursos, paseos al río o Pajonales, construcción de globos para año nuevo, verbenas familiares con guitarra y canción, lindas voces y melodías que perduran en mi memoria. También visita al Hato, donde Don Rodolfo Halblaub y Doña Paula, en casa señorial de lindo jardín, rodeada por mangos y pomelos. Sus mascotas, consentidos perros salchicha, con pintorescos nombres: Samba, Whisky, Brandy y Rumba.

Tardes de partidos en el Colegio Americano o el Parque Infantil, ya sea jugando o animando al equipo, integrado por primos y amigos grandes encestadores y jugadores. Entre ellos, Eduardo, Mauro, Jaime, Daniel y Pedro; Hernán, Miguelito, Chucho, David, Josué y Esteban, mis adorados primos. Otros grandes, César Zárate, Lamilla, Ulises Ramírez, Ernesto Afanador, Edgar Charry y Daniel Acosta.

Domingos de escuela dominical y asistencia a la Iglesia Presbiteriana, donde aprendimos los principios de la Biblia y a adorar y a glorificar a Dios. Querida comunidad que llevo en mi corazón. Nuestro pastor, Rev. Javier Zárate, y sus sermones temáticos y contundentes, hermosos cultos adornados por música sacra, legado de Bach, Mendelsohn, Haendel y Lutero. Recordados misioneros norteamericanos: Reverendo Allen, Reverendo Lorenzo Emery, y enfermera: Linda Buller, dedicaron su vida al colegio Americano de Armero y a la iglesia, como fundadores y gestores.

Los abuelos, Jesús Gutiérrez y Efigenia Zárate, fundadores del pueblo a principio del siglo XX. La abuela de Piedras y el abuelo de Ambalema. El carpintero, ella amorosa y dedicada madre, modista, cocinera, repostera, sustento emocional y físico de su familia. Murieron antes de 1985, la abuela (1946), Juanito Gutiérrez Parrales (1964). el abuelo (1970), Eduardo Gutiérrez Medina (1972) y Mauricio Gutiérrez Zárate (1974).

La tragedia de 1985 se lleva a presencia del Creador a, Duva (74 años), profesora de inglés, amada por sus alumnos, Miguel (72 años), representa de la Philips y gran promotor del baloncesto, Rafael (70 años), músico y arquitecto, llegó de Cali en la tarde de ese 13 de noviembre y Juan (63 años), agricultor. Con ellos desaparecen también la tierna tía Belén Parra, y tía Oliva Parrales, mujer piadosa y de gran sabiduría. Eddie Halblaub, nuestro *tío* preferido, a quien el volcán no le dispensó la vida, a pesar de su gran estatura y hermosura. Aparecen en sus quehaceres en el pueblo intacto, faltando cerrar el círculo, al no podernos despedir, negándoles el Ruiz, la oportunidad de morir de viejos.

En 40 años de camino amargura, llanto, sacando lo mejor de sí, ayudando, sirviendo, sembrando árboles en el camposanto, unidos recuperando   nuestra memoria, superamos, aprendimos, maduramos con el pasar de los años forjando resiliencia a través de la experiencia.

Ni en sueños un susurro de peligro o aflicción, ninguna premonición de que todo acabaría. Un volcán, para todos algo casi irreal, la legendaria Pompeya, relato de algo remoto, que no nos afectaría. Ese 13, noche gris anticipada por cenizas de negro presagio, dormitan ignorantes moradores sin sospechas del naufragio.

Poco antes de las doce, se transforma en infierno el paraíso, hace erupción el Ruíz, lahares arrasan todo a su paso. De un soplo esfúmanse los tesoros más preciados. pueblo, familiares, amigos, casas, trabajo, progreso, vivencias y conocidos.

Con gran dolor, sorprendidos y confundidos, armenitas buscan cómo superar lo vivido. En diáspora asentamientos, en lugares alejados y cercanos, viven su desconsuelo, renacen de forma valiente, florecen como pueblo resiliente.

Ultima generación mientras Armero existió, los jóvenes de ese entonces, hoy cuarenta años más hemos cumplido. Atesoramos nuestra memoria y fruto de planeación conociendo nuestra historia,

Dejamos a las siguientes generaciones aparte de un frondoso bosque lleno de vida, autoconciencia, voluntad y todo lo aprendido. Preparación, y sistemas de alerta, información y acciones oportunas para evitar que un evento natural se convierta de nuevo en tragedia.

Se transforman las lágrimas en palabras, expresando admiración a aquellos que no volví a ver ni abrazar, pero que mientras viva he de recordar.

 

Martha Eugenia Urdaneta Gutirerrez. Noviembre 2025

 

 

BUEN EJEMPLO.  

 

  Rosalba Duque   y   Jose Francisco "Miguelito" Perez.  

 

Alrededor de las 11:25 p. m. del 13 de nov. de 1985, nos despertamos por los gritos, golpes en la puerta y ruidos fuertes; todo era confusión.

Cuando todo quedó en silencio, se empezó con la labor de ayuda por parte de los que integrábamos las seis casas que quedaron en pie del barrio El Mango, las cuales estaban ubicadas cerca al Mercadito.

Se rescataron personas que se encontraban atrapadas en el lodo y escombros; mis padres (Miguel y Rosalba) ubicaron colchones en la sala de la casa y, con el botiquín de mi papá —el cual fue una valiosa herramienta— prestaron los primeros auxilios a las personas que lo requerían. Por otra parte, mi mamá, con su inigualable tranquilidad, repartió alimentos que teníamos en casa, especialmente a los niños.

A pesar del miedo, la angustia y la zozobra, se generó solidaridad, apoyo, entrega y empatía durante el tiempo que estuvimos allí.

Cuando salimos de Armero y, una vez ubicados en Bogotá, mis padres acogieron a nuestros amigos —quienes lamentablemente perdieron a sus padres— como si fueran parte de la familia, invitándolos a pasar días con nosotros. Mi mamá, en su rol maternal, cocinaba para ellos y, de una u otra forma, los reconfortaba y apoyaba emocionalmente, teniendo en cuenta que ella también estaba pasando por un duelo: la pérdida de su hijo, madre y sobrina.

Por lo anterior, exalto y honro la memoria de ellos por su devoción en pro de los demás.

Por Adriana Pérez Duque 

 

 

NUESTRO PRIMER VUELO. 

 

Soldados Bachilleres de Armero. 1er Contingente de 1983 Batallon de Servicios #6 Ibague.

 

Quizás hoy más que nunca haya sentimientos encontrados al escribir estas líneas después de recordar tantas anécdotas, tanta risa, tantos sinsabores que llegaron de improvisto, y para los ameritas nuestras vidas cambiarían ante un suceso tan inesperado como despiadado, de forma tan drástica que sin esperarlo como una ráfaga de viento a todos y sin avisar nos llevaría por distintos senderos.

Muchas personas dejaron huella y hoy como regalo divino brillan con luz propia cada uno desde sus profesiones y proyectos, pero hoy quiero referirme con orgullo a una generación la mía, la de 1982 esa que se graduó en del colegio americano, teniendo ese gran privilegio de haber sido el único alumno de haber cursado desde kínder hasta culminar el bachillerato en ese año. Haber cursado un kínder con la señorita Hilda y haber culminado mi secundaria con el inolvidable Yesid montaña ((Pinocho), a su señora Beatriz(QEPD), sin dejar de lado los profesores que nos formaron con exigencia, disciplina, pero con fraterno amor que proyecto nuestras vidas de distintas maneras, pero sabiduría y honestidad.

Terminados los estudios muchos en Armero y en especial en mi aula decidimos ir a prestar el servicio militar otros a universidades, es así como emprendimos nuestro primer vuelo fuera de casa, alejados de nuestras familias. Otros compañeros serian del colegio oficial completaríamos un grupo de 12 nuevos reclutas que aprenderíamos de la milicia y de que es ser un soldado algo nuevo pero que para dos Roberto Ramírez y para mi Luis alexander Vanegas espinosa sería la mayor aventura, pues marco nuestro futuro y nuestras vidas.

No fuimos los primeros, ya antes había oficiales como los hermanos Figueroa coronel y teniente coronel respectivamente, el teniente Beltrán Melo, el capitán Enrique Ortiz, el Mayor Papa Gordillo , Capitán de la ARC Miguel Guevara Casalins, Cadete Camilo Diaz Uribe, Teniente Coronel Andrés Diaz Uribe, Capitán Juan Carlos Herrera entre otros. Pese a estar prestando servicio juntos, ingreso primero Roberto Ramírez (cuco) quien se graduó en 1985, como oficial, yo ingresaría en 1985 junto con otros ameritas: Rafael Bolaños, juan Carlos varón, Rafael Lerma, Carlos Galindo, Oscar Molina. En 1986 ingresan Delio Guevara, Andrés Escobar, Carlos Pinilla, y un joven de apellido barrero. Como en toda carrera no todos lograron culminar sus expectativas por diferentes motivos, pero de esos dos jóvenes que iniciaron su camino en la vida militar alcanzamos una alta graduación en honor y homenaje a nuestros familiares fallecidos en Armero, pues gracias a su amor y compromiso hicieron de nosotros hombres íntegros y comprometidos con nuestra nación, pese a las duras pruebas que exige cumplimos y los honramos.

Si nos referimos a nuestra generación, tanto Roberto como yo alcanzamos el grado de coronel del ejército nacional y sé que como yo sentimos respeto y orgullo de ser ameritas. Que esos 12 jóvenes reclutas hacen parte de nuestra naciente historia por allá en 1983 y quienes decidimos tomar esa experiencia como parte de nuestras vidas lo hicimos con responsabilidad, amor y honor, manteniendo el legado de una ciudad que permanecerá por siempre en nuestro corazón. Armero por siempre.

 

 

Coronel (V) LUIS ALEXANDER VANEGAS ESPINOSA

 

 

Dos hijos del mismo destino

 

  Andres Felipe Cubides Ramirez. 

 

Hay heridas que no cierran porque no nacieron para olvidarse. Son heridas que viven en la memoria, en el alma, en las manos que siguen buscando entre las sombras del tiempo a los hijos que fueron arrancados por la tragedia.

Entre ellos están Andrés Felipe Cubides Ramírez y Cristian Camilo Enciso Espinosa, dos niños que, aquel 13 de noviembre salieron con vida de entre el barro y el espanto.

La tierra los escupió vivos, sí, pero el destino los entregó a otros hogares, a otras miradas que los llamaron hijos sin saber que, en algún rincón del país, había corazones que nunca dejaron de nombrarlos.

Andrés Felipe tuvo la fortuna de conservar a su madre, una mujer que lo ha buscado por décadas con el alma en las manos, alimentando cada día la esperanza de volver a mirarlo a los ojos y reconocer en él, al niño que una vez arrulló.

Cristian, en cambio, no tiene a su madre en la tierra. Ella se fue antes de poder encontrarlo, seguramente, llevando en el corazón la certeza de que su hijo seguía vivo, perdido entre los silencios de la historia.

Dos vidas unidas por la misma herida. Dos almas que un día jugaron entre el polvo de Armero y fueron separados por la furia de la naturaleza. Uno con una madre que aún lo espera; otro, con una madre que lo cuida desde el más allá, y una familia que mantiene su nombre encendido como una oración.

Y, sin embargo, algo los une todavía: la memoria de quienes se niegan al olvido. Porque mientras una vela se encienda en su recuerdo, ninguno de los dos estará realmente perdido.

Quizás la tierra los separó, pero el amor los sigue tejiendo en la misma historia: la de un pueblo que aún busca a sus hijos, la de unas madres que no se cansan de esperar, la de unos niños que jamás dejaron de pertenecer al corazón que los dio la vida.

 

Gloria Espinosa Álzate

 

Sara y Capi.

 

 

Dos seres que florecieron en nuestro Armero del alma brindaron lo mejor de sí.

Sara con su con su delicioso pollo asado y su inigualable caldo de menudencias creó un ambiente familiar y las y los ameritas compartieron fechas especiales festividades de fin de año. Capi contaba con su restaurante ubicado en la carrera 18 cerca de virutas y rápido Tolima El pollo viajero.

Fueron dos restaurantes dedicados al pollo asado y caldo de menudencias, pero con diferentes tipos de clientela.

Pollo dorado donde Sara brindaba la calidez familiar, Pollo viajero de Capi ofrecía la comodidad y la facilidad para el pasajero y el visitante.

Mis padres dos personas con un corazón bondadoso y colaborador serán recordados en la memoria de todos los Armeritas.

Mamá 40 años en los que el tiempo parece que no hubiera pasado, como si fuera ayer te vi por última vez.

Papá luchaste por 15 años en Armero Guayabal llevando tu restaurante en alto, fuiste apreciado, recordado y reconocido por tu Pollo viajero.

Agradezco a mis padres por su entrega y dedicación por siempre vivirán en nuestros corazones.

 

  Por Patricia y Yaneth Castañeda.

 

 

De comerciante y pescador, a un hombre que marcó generaciones. 

Abuelos Miguel Antonio Gutiérrez Zárate y Belén Parra de Gutiérrez 


Sentí un deseo, o más bien como una necesidad, de compartir el agradecimiento inmenso que mi corazón guarda por la vida de mis abuelos paternos. Tenía apenas 6 años, recién cumplidos, cuando sucedió lo ocurrido aquella noche y, sin duda, para todos fue un antes y un después. Mi hermana y yo solíamos pasar nuestras vacaciones en  Armero, conocida en ese entonces como la Ciudad Blanca por sus extensos cultivos de algodón. Viajábamos con gran frecuencia, incluso a veces los fines de semana, a reunirnos con nuestros primos y visitar a nuestros abuelos, Miguel
Gutiérrez y Belén Parra, reflejo de amor y redención y pilares de una familia que, de sus nueve hijos, cuenta hoy con 14 nietos, 15 bisnietos y un tataranieto.

Y es el recuerdo de ellos dos y el inicio de su camino de fe, lo que quisiera honrar en este escrito. No tengo muchas memorias vívidas, para ser sincera.. pero tampoco las doy como perdidas. Dicen por ahí que la mente olvida, por diferentes factores, pero el corazón siempre recuerda. Mi abuelo, Miguel Antonio Gutiérrez Zárate, conocido como “el señor de la Phillips”, dividía su tiempo entre el amor a su familia, su almacén, el correo aéreo, la venta de gas y hielo, su pasión por la pesca, la creación y apoyo del equipo de basquetbol de la familia y del Colegio Americano y su servicio y devoción como miembro activo de la Iglesia Evangélica Presbiteriana de Armero.

Cuenta una de nuestras familiares, Martha Urdaneta Gutiérrez –prima de mi papá, que hacia 1915, paralelamente a la fundación de Armero, llegaron unos misioneros evangélicos presbiterianos a iniciar de manera inmediata su labor de evangelización y de servicio, de ahí a que poco tiempo después comenzara la construcción de una escuela en un predio del Colegio Americano, predio que adquirieron con el dinero obtenido por la venta de un ternero o una mulaque les fue donado. Esta escuela, fundada por el colportor Narciso Aranguren (..sí, tampoco conocía esa palabra, colportor... se refiere a aquel que vende o distribuye literatura religiosa, como el evangelio, Biblias y otras publicaciones), era una enramada que albergaba de lunes a viernes los tres o cuatro grados de primaria que se ofrecían allí en ese único salón. Y era este mismo espacio donde los domingos, al reacomodar los pupitres, se convertía en el templo para realizar el culto. Un espacio sencillo, con paredes de madera, pero cargado de disposición para servir y educar en la fe.

Hermanos Gutiérrez Parra.
De atrás hacia adelante y de izq a derecha:
Hernán, Jesus "Chucho", Ruth Cecilia, Raúl Esteban (bebé en brazos), Miguel, Loyda Eunice "Juana", Josué y David Orlando. 

 

Entre lo que estos misioneros enseñaban, estaban los himnos clásicos de compositores tan reconocidos como Mendelssohn, Bach, Händel y el propio Lutero, líder de la Reforma Protestante. Todos ellos expresaban su fe en el Evangelio de Cristo a través de la composición de estos cánticos y pareciera que, sin saberlo, estos Himnos corales fueron dejando una huella espiritual en nuestras generaciones, Cuán grande es Él, Cuando allá se pase lista, Pescador de hombres (Señor me has mirado a los ojos), Castillo Fuerte es Nuestro Dios, entre tantos otros. Recuerdo a los tíos y a mi papá entonándolos con devoción en la iglesia y en las reuniones familiares, donde el canto se había convertido en parte de nuestra esencia. Puedo cerrar los ojos e imaginarlos a ellos de pequeños aprendiendo y cantando estos mismos himnos acompañados de sus padres y sus abuelos y es ver hoy cómo, 4 generaciones después, sus bisnietos y nietos también las cantan como parte de esta herencia familiar y espiritual. No puedo dejar por fuera la canción de cumpleaños que tradicionalmente cantamos, diferente a la típica canción, haciendo de nuestras celebraciones algo único y muy especial, acompañadas de helados y tortas hechas en casa, cuyas recetas guardan un ingrediente familiar único y han pasado ya también de generación en generación.

Para el año 1920, llegó a Armero el reverendo Alexander Allan, un misionero que impactó profundamente el crecimiento espiritual de mi familia. Su llegada y ejemplo despertó un deseo ferviente en Don Jesús Gutiérrez Rojas (carpintero y padre de mi abuelo, quien con mi bisabuela fueron parte del grupo inicial de fundadores del pueblo, pero esa es otra historia..), deseo de leer la Biblia a diario, de hacer un devocional en familia y de compartir sus enseñanzas, cimentando así la base de una relación más cercana con la Palabra de Dios para nosotros, las futuras generaciones. Él, en un tablero que instaló afuera de su carpintería ubicada frente a la plaza de mercado, escribía un versículo cada día. Quienes pasaban se detenían a preguntar qué significaban esas palabras, lo que era, sin duda, una valiosa oportunidad de compartir el Evangelio, y él lo sabía. Este crecimiento espiritual del abuelo Don Jesús, llevó a mi abuelo Miguel a caminar diariamente en la fe y a ser ejemplo y sostén para su familia. Fue un gran ejemplo de hombre de servicio, entrega, obediencia y amor, algo que se veía reflejado en su vida y que era respaldado por las palabras de las personas que lo conocieron.

En 1982, Isabel Gutiérrez Zárate —hermana de mi abuelo Miguel y, posteriormente, primera alcaldesa de Armero-Guayabal elegida por voto popular tras la tragedia—, creó el Comité de Desarrollo y Bienestar Social de Armero. A través de este comité, la familia Gutiérrez dio inicio a las “Brigadas de Salud” en la casa de la abuela y bajo el deseo del abuelo Miguel de que sus hijos, la mayoría profesionales de la salud, retribuyeran a su pueblo con sus conocimientos y servicio. En estas brigadas, equipos de médicos especialistas –multidisciplinarios y de diferentes ramas quirúrgicas–, quienes eran amigos de la familia y familiares mismos, participaban en jornadas de consultas, cirugías y atención primaria en Armero y Lérida.

Con el tiempo, esta iniciativa dio nacimiento a la Fundación Salud y Vida, cuya labor se intensificó luego de la tragedia, prolongando esta obra por muchos años. Mi papá cumplía un papel fundamental en la logística de estas brigadas y sobra mencionar que a partir de ese 13 de noviembre de 1985, hubo un despertar en ellos aún más fuerte por servir y ayudar al otro, junto con el anhelo de encontrar con vida a sus padres y demás familiares, impulsándolos en medio de un dolor indescriptible, a entender que primaba la vida del necesitado. La Finca San Francisco, propiedad de la tía Isabel y que se salvó de la tragedia, recibía y alojaba a todos los médicos voluntarios, ofreciéndoles un lugar de descanso tras las largas jornadas de servicio. Esta misma finca fue para nosotros, los primos, un lugar para construir y reconstruir recuerdos durante nuestras vacaciones después de ese noviembre del 85.

Cierro este escrito resaltando el don de servicio en mi familia. Resaltando la herencia espiritual que nos dejan mis abuelos y que es simplemente ejemplo claro de las promesas de Dios para sus hijos y para sus generaciones, promesas que son en Él ciertas, verdaderas y eternas porque así es Su Palabra. Puedo hoy entender y creer firmemente que la mejor herencia que podemos dejarles a nuestros hijos será el conocer a Cristo, su amor y su salvación, por encima de cualquier bien material o apellido de “renombre”. Puedo ver la fidelidad de Dios en su Palabra de tantas maneras y más en la certeza de que las oraciones del abuelo Don Jesús y de mi abuelo Miguel sobre sus generaciones futuras, fueron y seguirán siendo contestadas al creer en Él y creerle a Él.  Doy gracias a Dios por la vida de ellos y los honro al saber que hoy puedo decir con humildad, pero al mismo tiempo con orgullo al atesorar este llamado, que estoy caminando en el propósito de Dios para mi vida, dado por Él desde la eternidad, no por merecerlo yo sino por su gracia, y quisiera que lleguen ustedes a entender que ese será siempre el mayor éxito en nuestra vida: poder cumplir con aquello a lo que fuimos llamados. Que Dios les permita conocer y vivir plenamente en el amor de Cristo y disfrutar de su Salvación, su mayor milagro.

“Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones…” Deuteronomio 7:9

“Nunca se apartará de tu boca este Libro de la Ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” Josué 1:8

“De esto contaréis a vuestros hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la otra generación.” Joel 1:3

“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.” 2 Timoteo 1:9

“Y a Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” Judas 24-25

 

Por María Fernanda Gutiérrez Melo, hija de Jesús “Chucho” Gutiérrez Parra, nieta de Miguel
Gutiérrez Zárate y Belén Parra.

 

De izquierda a derecha:
Hermanos Gutiérrez Parra en orden de nacimiento:
Raúl Esteban, Josué, Loyda Eunice "Juana", David Orlando, Jesús "Chucho", Miguel, Ruth Cecilia y Hernán. 

 

 

 

UN HOMBRE DE EMPRESA

 

 

Rafael Ortíz Figueroa.

Popularmente llamado El chato Ortíz . (QEPD) hijo de Lérida Tolima, Empresario en la parte  agrícola y pecuaria ampliamente  conocido en la región y alrededores persona generosa caritativa y de actos de bondad con la comunidad. Pionero en la adquisición de maquinaria agrícola en la región del norte del  Tolima. Padre de 8 hijos compuesto por hombres y mujeres, tío del Icono de la televisión en colombia JORGE ELIESER BARON ORTIZ  conocido en la farándula como JORGE BARON TV en su  programa el Show de las Estrella.

Se destaco por ser  concejal del municipio  de Lérida Tolima durante varios periodos "ad honorrem", hizo parte de los  concejales qué entregaron el pergamino en nota de exaltación a su santidad el Papa JUAN PABLO II en su visita a Lérida Tolima ,  hizo parte en la negociación y adquisición de terrenos que compro Resurgir a  diferentes propietarios de lotes y fincas de esta región  para construir los diferentes barrios de Lérida donde se denomino LERIDA CIUDAD REGIONAL por parte del ente gubernamental, excandidato

a la Alcaldía de Lérida Tolima en la primera elección por voto popular, perteneció al Club Rotarios de Armero Tolima antes y después de las tragedia del 13 de noviembre de 1985. Distinguido con la condecoración de Paul Harris, perteneció al Cuerpo de oficiales de bomberos de Lérida Tolima gestiono con otras personas como el Dr Fabio castro Gil, la señora Marlen Tinoco B entre otros la consecución de la maquina de bomberos voluntarios antigua ante Resurgir con su director Dr Pedro Gomez B, nominado mejor empresario de Lérida Tolima  por ACOPI  en el mandato del alcalde Luis Enrique Anezquita V, miembros activo de diferentes asociaciones de la región en la parte  agrícola y pecuaria.

Compro un lote de terreno al señor PEDRO LOZANO Padre de la Dra  MONICA  LOZANO bacteriologa. Hizo las gestiones con Antioquia presente para construir el barrio el Carmelo donde tenia amigos  con el fin de que se le diera  solución de vivienda a las personas damnificados de la tragedia de Armero Tolima. La Dra GLORIA CUARTAS M  participó  como trabajadora social y en la dirección de este programa de vivienda, ex alcaldesa de apartadó, en la actualidad es Directora de la unidad para la implementacion de Acuerdos de paz en Colombia, al igual puede dar testimonio el Arquitecto ORLANDO SEPULVEDA Y COMUNIDAD DEL BARRIO EL CARMELO.

GRACIAS POR SU LEGADO ORGULLO DE TUS HIJOS E HIJAS. 

 

Por Rafael Ortiz Lerma

DILIA MEDINA DE MARTíNEZ

 

 

Reconocida líder Armerita que dejó un legado de servicio a la comunidad, de lucha constante y de liderazgo en diferentes áreas del quehacer humano.

Su vida llena de sacrificios se inició en la zona rural de San Pedro, donde tenía cuna su familia paterna, don Jeremías Medina y Doña Presentación Cubillos, los personajes más sobresalientes de la region, para finales del Siglo XIX hasta mediados del Siglo XX. 

La Quinta Medina como fue conocida en su época, vio crecer la Familia Medina Cubillos, de cuyo fruto nacieron 8 hijos, uno de ellos el señor Tiberio Medina, quien hizo matrimonio con la señora Anita Tellez, proveniente de Manzanares, Caldas. De este hogar nacieron 10 hijos, siendo Dilia María la segunda despues de Carlos Medina, el mayor; aunque fue Doña Dilia quien desde joven asumió el liderazgo, apoyando a sus padres en la cría de los 5 menores de sus hermanos y participando de las actividades agrícolas y de administración  del personal de la finca, lo que le permitió desarrollar su reconocido don de liderazgo.

Estudió enfermería y se hizo partera en esa zona rural, pero con el desplazamiento ocurrido a raíz de los acontecimientos relacionados con el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitan, toda la familia se vio obligada a  abandonar el campo y desplazarse al casco urbano de Armero. 

Desde su llegada en 1949, se vinculó al Hospital San Lorenzo, donde su formación y experiencia en enfermería fue muy valorada, dadas las circunstancias políticas y de conflicto interno en la zona rural,  que manteníam un alto volumen de pacientes que llegaban de la cordillera, muchos de ellos  heridos a machete, la mayoría en estado lamentable.

Unos años más tarde fue asignada como enfermera jefe del pabellón de ginecobstetricia y fue en ese momento en que sucedió el reencuentro con su antiguo amigo de infancia y compañero de primaria en la Escuela de San Pedro, Don José María Martínez; él también enfermero de profesión, quien llegó al Hospital San Lorenzo a ejercer como asistente de quirófano y quien venía trasladado del Hospital de Honda, habiendo laborado antes en la Clínica Manizales, ciudad donde estudió e inició su vida laboral.

Este reencuentro  marcó el inicio de un noviazgo que a su vez dio paso al matrimonio celebrado en la capilla del Hospital y del cual nacieron sus dos hijos, Germán y Cecilia.

Doña Dilia  se retiró del hospital antes de 1960, para dedicarse a la crianza de sus hijos y a sus labores de partera, oficio que desarrolló con rotundo éxito y que le permitió ser reconocida como la madrina de un gran número de Armeritas, según sus cuentas alrededor de mil, a lo largo de más de dos décadas.

 Con la inauguración del proyecto de vivienda municipal conocido como Las Quintas, inició una nueva faceta de su personalidad como líder comunal, donde además de fijar su residencia, conformó con sus vecinos y dirigió desde sus inicios la Junta de Acción Comunal del Barrio El Mango, a la cual se acogieron los barrios aledaños San Rafael, La Esperanza, El Recreo y finalmente El Yaví. Líderó a esta comunidad del nor-occidente de Armero con el acompañamiento de una junta directiva honorable conformada por Don José y Doña Ligia de Morad,  Doña Cecilia de Osorio y los señores Pedro Rojas, Trino Diaz, Hernando Montoya, Miguel Angarita y Julio Bohorquez, entre otros. Además comprometió la voluntad de toda  su comunidad en el proyecto de construcción de la Ermita a la Virgen del Carmen -único templo que quedó en pie- cumplimiento a una promesa de joven, cuando según ella y basada en la tradicional devoción de los Medina a la Vírgen del Carmen fue por intercesión de la virgen que lograron salir vivos de la violencia en la cordillera, cuando estaban a punto de ser aniquilados por una turba de hombres armados.

 

  Iglesia del Carmen en Armero. 

 

Desde su posición de líder comunitaria Doña Dilia no solo se dedicó a canalizar ayudas para los ciudadanos de Armero, sino que además emprendió la tarea de construir nuevas obras con el respaldo de sus vecinos y los avales de la alcaldía, la gobernación y el Clero. Dentro de sus obras se destacan 1 puente plano sobre la cequia que separaba al recien creado Barrio Yaví con el Barrio el Mango a la altura del estadio, Carrera 20 con Calle 16 A. Después de un tiempo sobre esa misma vía, se construirían un parque de juegos infantiles, una cancha de baloncesto y un templo en homenaje a la Virgen del Carmen, la cual consideró su mayor logro. 

Una de sus últimas obras, fue la construcción del Parque de la Fuente, ubicado sobre la Carrera 18 entre Calles 16 y 16 A y la entrega material del Templo del Carmen a la Diócesis de Ibagué para su administración.

A la par de sus actividades comunales, fue elegida desde muy joven por su comunidad como concejal de Armero, una posición que aprovechó al máximo para establecer relaciones con la administración departamental y con los entes de control y de poder legislativo en Bogotá. Desde esas instancias, logró canalizar recursos para sus obras y también gestionar proyectos para los corregimientos de Méndez y San Pedro; entre ellos la mejora de sus escuelas de primaria.

En la política encontró un herramienta para servir a la comunidad y al municipio en general, pero nunca se dejó permear por intereses particulares, ni trabajó para beneficio propio. Fue concejal sin sueldo por más de veinte años y llegó a ser diputada del Departamento y primera concejal de origen Armerita en Ibagué después de la tragedia.

En su ardua actividad como concejala en Armero, brindó especial atención a los temas de educación superior y por medio de su gestión en la Comisión de Becas del Concejo Municipal,  apoyada por su amigo y aliado incondicional el señor Alfenibal Tinoco Beltrán -con quien integraban dicha comisión- fueron muchos los estudiantes Armeritas que pudieron acceder a sus estudios de bachillerato y universidad, gracias a que contaron con una beca que permitió graduarse en diversas disciplinas.

Nunca dejó de ejercer su actividad como enfermera, asisitiendo no solo partos domiciliarios, sino que también y de manera particular atendiendo heridas menores, inyectando sueros y otros medicamentos, convirtiendose su hermosa casa en una especie de centro de atención de urgencias para  sus vecinos y amigos e incluso acompañando a algunos Armeritas en el hospital o en sus hogares en los últimos momentos de vida.

Doña Dilia fue ademas junto a su hermana la Señorita Alicia Medina y otras personalidades, fundadoras de la Casa de la Cultura de Armero. Otros miembros de la junta fueron los Hermanos Alfenibal y Marlen Tinoco Beltrán, la señorita Inés Rojas Luna, la señora Esther Florez de Camacho y los señores Luis Eduardo Rada Echeverri, Ramón Díaz,  Pedro Rojas y por último el abogado y ex-alcalde de Tortosa, España José Berenguer, quien después de exiliarse en Colombia y haber constituído su empresa en Bogotá, Industria de Plásticos y Espumas- SOLVECO;  terminó por retirarse en Armero, siendo de gran influencia en temas culturales, donde además  creó la "Estudiantina de la Casa de la Cultura", dirigida por el ilustre maestro Pachito Alarcón.

Además de haber ejercido en el Hospital San Lorenzo Doña Dilia y Don José continuaron ejerciendo su profesión hasta los últimos días de Armero, él como enfermero de IDEMA, voluntario de la Defensa Civil y además autoridad forense de la Dirección Nacional de Medicina Legal; y ella como partera que recibió a la vida a muchísimos Armeritas, según sus propios cálculos, más de mil a lo largo de su vida en Armero. 

Después de la catástrofe en Armero, Doña Dilia y Don José  decidieron radicarse en Ibagué y valiendose de sus buenas relaciones con el Clero, acordaron construir un proyecto de vivienda para las familias de Armeritas damnificados, asumiendo el compromiso que ella gestionaría la consecución de los terrenos. Con el acompañamiento de su antiguo vecino y amigo en Armero Don José Francisco Morad, iniciaron gestiones y fue gracias a sus vínculos políticos que logró la donación por parte de CAVIBAGUÉ de lo que hoy se conoce como las dos estapas del Barrio Nuevo Armero y la etapa adicional de la comunidad San Vicente De Paul. La ejecución del proyecto se realizó bajo la dirección de Pastoral Social, entidad que para ese entonces era liderada por el Padre Antonio María Cifuentes.

Para la fecha de inauguración y entrega de las viviendas, Doña Dilia ya había gestionado y ejecutado la pavimentación de las vías  y parqueaderos, la recolección de los residuos sólidos y la instalación de cableado telefónico.

Además conformó la Asociación de Habitantes del Barrio Nuevo Armero ASOBANAR y como presidenta de la misma logró habilitar un pequeño centro médico, dos locales comerciales, una cancha de fútbol y una biblioteca a la que se bautizó con el nombre de Inés Rojas Luna, como homenaje a la reconocida folclóroga.

Falleció en Ibagué el 22 de Julio de 1998 a causa de una neumonía. Su ausencia se sigue sintiendo en la comunidad que la consideraba como una madre, consejera y guía espiritual para la mayoría de sus residentes; dejando un legado de entrega incondicional y amor por el servicio a los demás. 

Doña Dilia Medina y don José  Martínez, dos seres humanos que la vida unió para servir a la sociedad!

ARMERO, un nombre y amigos para nunca olvidar 

 

Por Jairo Hernan Lemus. 

Capilla del Carmen Armero. Reunion familiar, Bodas de Plata Familia Martinez Medina. 

 

 ALGODON.  

  Mi padre Eduardo Ramos, mi madre Fabio Ortiz y yo Luis     Eduardo de 6 meses de nacido en 1964 sentado sobre pacas de algodón, una foto una historia de 61 años en el negocio) 

 

Introducción

Cuando escuchamos la palabra algodón nos pasan por la cabeza recuerdos agradables e imágenes mentales de sábanas suaves y prendas cómodas. Desde los primeros tiempos, el algodón ha tenido un papel importante en la historia de las diversas culturas humanas. Incluso los faraones egipcios tenían algodón. Nuestra palabra moderna para el algodón se deriva de la antigua palabra árabe palabra árabe “al qutn”.

Es desconocido, para la mayoría de la gente, el verdadero milagro de la fibra de algodón, tanto en su origen, como en sus características biológicas. Cada fibra de algodón es un solo pelo vegetal. Cada cabello es una sola célula que se desarrolla a partir de la superficie de una semilla de algodón y cada semilla produce de 10,000 a 20,000 fibras. La presencia de pelos en las semillas de las plantas no es un evento inusual, pero las características de los pelos de las semillas en las plantas silvestres que se convirtieron en algodón son únicas. De los pelos vegetales del mundo, solo ellos tienen la combinación de longitud, resistencia y características estructurales tridimensionales en estad  seco que les permiten hilar hilo a hilo.

  Cultivos de Algodon en Armero Tolima.  

 

El algodón en la familia Ramos.

Los Ramos, como nos decían en Armero, siempre hemos estado involucrados con el proceso del algodón; mi padre, Eduardo Ramos, trabajó desde el año 1960 en el IFA (Instituto de Fomento Algodonero), posteriormente trabajó en el IDEMA (Instituto de Mercadeo Agropecuario) y en FEDERALGODON. Salió pensionado trabajando con el sector algodonero. Como mecánico, participó en el montaje de la planta desmotadora de Armero, de Ambalema, de Girardot, Guamo, Natagaima en el Tolima; en el departamento del Cesar montó las desmotadora de Codazzi, San

Diego, Valledupar, Becerril, Casacara, Bosconia, El Copey y la de Pueblo Nuevo en Magdalena.

Yo tuve la oportunidad de acompañarlo en varios de estos montajes, estudiaba en Armero y en las vacaciones trabajaba en los montajes o mantenimientos de las desmotadoras, después del mantenimiento trabajaba en el desmote.

El último desmote de algodón de Armero terminó el 28 de septiembre de 1985, en esa ocasión trabajamos en la desmotadora: Mecánico: Argemiro Cruz Motorista: Guillemo Murcia Silva (Junior/monitor), Prensero: Luis Eduardo Ramos Ortiz, Ayudante de prensas: Carlos Montoya, Ramon Valbuena, Pachon (no recuerdo nombre), Administrador: Antonio Guzman,  La máquina era una Continetal 6 – 120. En Armero ese mismo año se había enviado una LUMMUS para Paratebueno Cundinamarca.

¿Qué pasó después de 1985?

Mi Padre continuó su trabajo por todo el país como coordinador de desmote de FEDERALGODON hasta pensionarse y yo trabajé con FEDERALGODON hasta 1989, cuando llegó la apertura económica y me obligó a cambiar de horizonte, pero sin dejar el algodón.

 A raíz de la tragedia de Armero se decretó el no cobro de impuestos para las nuevas empresas que se instalarán en el departamento del Tolima. Una de esas empresas fue FIBRATOLIMA, empresa donde ingresé en 1989, como empleado becario para estudiar la tecnología textil, dado mi conocimiento en el manejo del algodón y a mi formación como clasificador de algodón.

En esta empresa recibí capacitación en Colombia, Estados Unidos, España y Perú sobre todo en lo relacionado con la operación, mercadeo, diseño textil y comercio internacional del algodón.

Terminé como coordinador del departamento de control de calidad de la empresa hasta el año 2003.

Hasta la fecha sigo vinculado con el algodón en Colombia y Suramérica, el último montaje lo realicé en Puerto López, Meta, la planta desmotadora más grande del país. También he realizado montajes en Brasil, Bolivia, Perú y Venezuela.

Hoy me dedico a comercializar algodón del mundo para las plantas textiles y a asesorar plantas desmotadoras. También soy agricultor de algodón hace más de 20 años. Sembrando en Armero, meseta de Ibagué, Codazzi Cesar y La mojana Sucreña.

Desde el 2010 soy quien coordina las exportaciones de algodón en Colombia, exportamos a Perú, Ecuador, Bolivia, Venezuela y, muy pronto, exportaremos para Honduras.

La poca o nula ayuda del actual gobierno está llevando a que este cultivo desaparezca en  Colombia, la calidad del algodón colombiano es muy buena, es mejor que el algodón de los Estado Unidos. Debemos hacer algo para salvar esta historia.

 

Por Luis Eduardo Ramos Ortiz

 

 

Entre Fantasmas, Música y Recuerdos

 

Mi bisabuela Gregoria era una mujer alegre, llena de vida y de historias que parecían interminables. Sus ojos azules, fulgentes como el cielo despejado, contrastaban con el entorno en el que la veía, un niño de 7 u 8 años que percibía a los adultos como seres imponentemente altos (incluso mi mamá parecía una torre). Recuerdo cómo nos reunía a todos en la gigantesca casa marcada con el 6-34. Las paredes gruesas y el techo alto de la casa mantenían

el fresco durante las cálidas tardes, creando un refugio acogedor.
Con su voz dulce y sabia, Gregoria nos transportaba a un mundo fascinante donde la patasola corría entre los matorrales, la llorona lloraba a sus hijos perdidos, y los borrachos encontraban en su camino a brujas que los
asustaban hasta hacerlos volver sobre sus pasos. Era un mundo lleno de misterio y magia, donde la realidad se entremezclaba con lo sobrenatural.
En aquellas noches, Gregoria nos cantaba coplas que había aprendido de su madre y nos enseñaba costumbres que divulgando se recuperaban en el tiempo. Hablaba del Mohán, el ser mítico de las aguas, que cuidaba los ríos y, en ocasiones, se llevaba a quienes osaran desafiarlo. Sus historias estaban llenas de moralejas, advertencias sobre los peligros de la vida y el valor de respetar lo que no entendemos.
Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras las majestuosas montañas de la cordillera central, Gregoria nos contó la historia de un hombre que, después de una noche de parranda, se encontró con una figura vestida de blanco en medio del camino. Al principio creyó que era una mujer que necesitaba ayuda, pero al acercarse, descubrió que era la Llorona. Su llanto desgarrador hizo que el hombre corriera con el corazón desbocado, cambiando su vida para siempre,
aprendiendo a valorar más la prudencia que la tentación.      En otra ocasión, nos narró una historia igualmente escalofriante de un paisano que, tras una noche de tragos, regresaba a casa cuando se encontró con un ataúd en medio del camino, con cuatro velas encendidas alrededor. Este relato me parecía el más tétrico que pudiera contar; siempre me dejaba incómodo, y las sombras parecían cobrar vida cuando tenía que irme a la cama. Estas historias no solo nos entretenían, sino que nos enseñaban sobre la vida y los miedos que la acompañan.

Esos días junto a mi bisabuela Gregoria nos enseñaron más que historias. Nos dejaron una herencia de creencias y valores que, aunque envueltos en mitos, reflejaban la sabiduría de generaciones. Ahora, cada vez que el viento sopla suavemente en las tardes, puedo casi escuchar su voz contando otra de sus historias. Me doy cuenta de que, en el fondo, ella sigue con nosotros en nuestros recuerdos, cantando canciones antiguas y transmitiendo costumbres que nunca morirán. Mi hermana fue muy buena alumna, se sabía varios cantos que por desgracia yo no, que afortunados somos de haber tenido bisabuela y de haber vivido en la casa del palo de mango con corralito de piedra, cuando tuve la oportunidad de leer la casa de los espíritus de Isabel Allende advertí algunas similitudes que hicieron de esa lectura un momento mucho mas entretenido.

Es una novela que narra la saga de la familia Trueba a lo largo de varias generaciones en Chile. La historia, contada desde múltiples perspectivas, explora temas como el poder, el amor, la política, la violencia y lo sobrenatural, a través de la vida de personajes memorables como Esteban Trueba, su
esposa Clara, que tiene habilidades psíquicas, y su nieta Alba. La novela entrelaza lo mágico con la realidad reflejando el turbulento contexto político de América Latina en el siglo XX.
Esta relación con los avatares propios se enlaza, o por lo menos en mi cabeza sucedió, con la casa Rivera. Las historias retumban en mi cabeza más allá de las paredes, quizás la nostalgia de ser un nómada urbano y contemporáneo tenga mucho que ver con la ausencia de patria chica, y es que no se ustedes, pero a mí me da casi rabia (o quizás otro sentimiento) cuando alguien dice que
;me voy pal pueblo;, de allí que cuando tengo que viajar al pueblo, viajo en mis recuerdos, viajo en mi memoria, viajo en esos tiempos donde éramos felices y no lo sabíamos.
La vieja frase de que la realidad supera la ficción parecía repetirse en nuestra casa. La normalidad se desbordaba a quienes vivíamos en la casa de los Rivera por ejemplo, en una caja con forma de cubo de color miel, ubicada con frecuencia en la sala de los muebles rojos, reposaba la cabeza de la abuelita de mi abuelito Fabio. Es decir, la testa de mi tatarabuela. Al parecer, cuando
llegó el momento de llevar los restos al osario, los hijos desmembraron la calavera, y a mi abuelito Fabio le correspondió en suerte la cabeza de mi tatarabuela Susana, a quien todos llamábamos Shanita;. La caja permanecía
en un rincón, visible para algunos, pero conocida por pocos.

Nos acostumbramos tanto a esta presencia que incluso mi abuelito Fabio sacaba el cráneo de vez en cuando para limpiarlo. Él, con un profundo interés por el más allá, no solo lo limpiaba con cera, sino que parecía consultarle decisiones y contarle sus culpas. De vez en cuando, cuando se olvidaba de encender una vela por el eterno descanso de Shanita, la caja empezaba a sonar, dando golpes que, si sucedieran hoy, causarían pánico. Pero en esos días, mi abuelita Elvia gritaba a todo pulmón: ¡Prendan el cabo a Shanita que ya empezó a joder!; Y así, al encender una vela, el ruido cesaba de inmediato.


En el vecindario, los cuentos de brujas eran el pan de cada día. No había noche sin historias de luces extrañas en los montes o sombras alargadas rondando las casas. Decían que a los hombres que se atrevían a caminar solos después de medianoche se les aparecían mujeres de cabello largo y ojos brillantes, que los atraían con su belleza solo para convertirlos en presas del miedo. Eran historias que se compartían en susurros de casa en casa, y al caer la noche, se entretejían con el viento, alimentando el temor y la fascinación por lo desconocido, claro bien podía ser una estrategia para controlar infieles.

Una tarde, mientras la mayoría estábamos sentados en el comedor, la pánjila (Sol Ángela, identidad revelada) se fue a la sala. Ella tenía el mérito de DJ, encargándose frecuentemente de la ;playlist; de la música que escuchábamos, música auténtica que alimentaba la alegría en casa: Fruko y Sus Tesos con ;El Preso;, El Caminante;, Manyoma, Tania, A la Memoria del Muerto; The Latin Brothers con ;Las Caleñas Son Como las Flores;, Patrona de los Reclusos; Joe Arroyo con El Ausente y El Patillero; Orquesta La Sonora Ponceña con Hachero Pa; Un Palo; y Fuego en el 23; Celia Cruz con La Sonora Matancera con Bemba Colorá y Cucala; Willie Colón y Héctor Lavoe
con Aguani, Che Che Colé y La Murga Eddie Palmieri con Muñeca y Vamonos Pal Monte, Ray Barretto con Indestructible. y Cocinando,  Richie Ray  Bobby Cruz con Sonido Bestialy Agúzate. Esa tarde-noche, cuando
la penumbra se hacía manifiesta, Sol Ángela se dirigió a la sala para poner música, ya fuera de los longplays o quizás de la radio. La Voz de Colombia, Radio Super con su ;chalalala oh, oh, oh; se filtraba en AM, y el sonido a veces se distorsionaba.
Estaba Solecilla en el proceso de decidir qué poner cuando de repente se fue la luz. Instantes después, mientras mi vista se acostumbraba a la penumbra, Sol gritó furiosamente: ¡Me tocaron! ¡Me cogieron la mano! Marco corrió a la sala, mi abuelito Fabio fue por su SmithWesson de cañón recortado calibre .38, y mientras los más osados buscaban un intruso, los más cautelosos pensábamos en un espanto. Sol no paraba de llorar. Finalmente, la teoría de los cautelosos ganó fuerza. Sol nunca quiso hablar mucho sobre lo ocurrido, pero con el tiempo accedió a contar que una mano suave se posó sobre la suya, y ella no pudo contener su miedo que floreció con su fuerte grito.


Pasó un tiempo, no logro interpretar cuanto, y una tarde, mi papá fue a recogerme al colegio Nuevo Liceo en el Land Rover Santana de placas JO 0845. Esto era raro, ya que nunca me recogían, y además, mi papá no manejaba ese carro, algo fuera de lo común para anunciar algo totalmente
inesperado mi abuelito Fabio se nos había adelantado por un infarto fulminante, y todo estaba patas arriba. Mi abuelita, en medio del dolor inmenso, decidió que Shanita, o el pedazo de sus restos, fuera enterrado con mi abuelito Fabio. Así fue el cierre del capítulo de conexión con los espíritus que tanto tiempo nos acompañaron en casa y que no he vuelto a experimentar en tantas experiencias, en ires y venires que he surtido en mi vida.

Pero la muerte de mi abuelito Fabio fue solo el preludio de una tragedia mayor. Pocos años después, una noche de noviembre, mientras las montañas dormían bajo un manto de estrellas, la naturaleza despertó con furia implacable. El
Nevado del Ruiz, ese coloso que siempre nos había vigilado desde la distancia, rugió con la fuerza de mil demonios, derramando lodo y muerte sobre nuestro amado pueblo.

Aquella avalancha no solo arrasó casas y calles; se llevó consigo el alma de un pueblo entero. La casa del 6-34, con sus paredes gruesas que habían sido testigos de tantas historias, quedó sepultada bajo toneladas de lodo. Las calles
donde resonaban las risas de los niños y los cuentos de los ancianos se convirtieron en ríos de muerte. Y muchos, demasiados de los nuestros, partieron esa noche sin despedida.

La tía Mercedes (no mi tía, sino la tía de alguien), que bailaba como nadie cuando sonaba Las Caleñas Son Como las Flores el viejo Don Jacinto, que contaba historias de la patasola mejor que nadie; la pequeña Lucía, que apenas comenzaba a vivir... todos se fueron en un instante. Un instante que partió nuestra historia en dos: el antes y el después.

Ahora, casi cuarenta años después, cuando cierro los ojos y escucho El Ausente; de Joe Arroyo, no puedo evitar pensar que esa canción fue escrita para nosotros, los sobrevivientes. Porque todos nos convertimos en ausentes
de nuestra propia tierra, en fantasmas que deambulan por ciudades ajenas, llevando a cuestas la nostalgia de un pueblo que ya no existe más que en nuestra memoria.

A veces, en las noches cuando el viento sopla con fuerza, juraría que puedo escuchar las voces de todos ellos: mi abuelito Fabio consultando a Shanita, Gregoria contando sus historias, y muchos otros familiares y amigos que se
fueron esa noche fatídica. No sé si son fantasmas reales o solo los ecos del recuerdo, pero he aprendido a convivir con ellos, a escucharlos, a dejarlos ser parte de mi presente.

Y es que el misticismo que antes era solo parte de nuestras historias ahora es nuestra realidad diaria. Como una estaca en el corazón que no mata pero condena a una existencia entre dos mundos, así vivo yo: entre los vivos y los muertos, entre el presente y un pasado que se niega a desaparecer. No es la muerte la que me aterra —esa nos alcanzará a todos tarde o temprano—, sino esta condena de recordar tan vívidamente lo que ya no existe.

Cada vez que alguien dice me voy pal pueblo, siento que se abre de nuevo esa herida. Porque yo no puedo volver a mi pueblo; solo puedo visitarlo en mis recuerdos, en las historias de Gregoria, en la música que sonaba en casa (Rivera), en el fantasma que tocó la mano de Sol Ángela aquella noche, en la casa de mis amigos y que en definitiva retumba en mis recuerdos.

Los espíritus de todos los que perdimos en la avalancha ahora forman parte de un nuevo panteón de mitos. Algunos dicen que en las noches de luna llena, cuando la niebla baja del Nevado, se pueden escuchar voces cantando las viejas canciones, como si el pueblo entero hubiera decidido continuar su fiesta en algún plano invisible. Otros aseguran haber visto figuras caminando sobre el lodo seco, buscando el camino a casa.

Y yo... yo les creo. Porque he aprendido que la línea entre los vivos y los muertos es más delgada de lo que pensamos. Porque en este país de mitos y realidades mágicas, nuestros muertos nunca se van del todo. Se quedan, vigilantes, recordándonos que la vida es frágil pero que la memoria puede ser eterna. Hoy, mientras escribo estas líneas, siento la presencia de todos ellos a mi alrededor. No con miedo, sino con una extraña paz. Porque entiendo que, mientras los recuerde, mientras cuente sus historias, mientras escuche su música, ellos seguirán vivos en algún rincón del universo.
Y quizás esa sea la verdadera magia: no los fantasmas que tocan manos en la oscuridad, ni los espíritus que golpean cajas para pedir velas, sino esta capacidad humana de mantener vivo lo perdido, de convertir el dolor en historias, las ausencias en presencias constantes.

Como aquella caja donde reposaba la cabeza de Shanita, así guardo yo los recuerdos de mi pueblo: con respeto, con devoción, consultándolos en momentos de duda, limpiándolos del polvo del olvido. Y cuando me olvido de
encenderles una vela, de recordarlos con el honor que merecen, ellos también golpean desde dentro, recordándome que están ahí, que siempre estarán.

Porque todos estamos condenados a morir desde que nacemos, es cierto. Pero algunos tienen el privilegio de seguir viviendo en las historias que dejaron, en la música que amaron, en los recuerdos de quienes los quisieron. Y mi pueblo, aunque sepultado bajo el lodo hace casi cuarenta años, sigue viviendo en cada palabra que escribo, en cada historia que cuento, en cada lágrima que derramo cuando suena A la Memoria del Muerto y recuerdo a todos los nuestros.

Así, entre fantasmas, música y recuerdos, sigo caminando por la vida, con una estaca de nostalgia en el corazón, pero con la certeza de que, mientras yo viva, ellos también lo harán. Y cuando llegue mi hora de partir, quizás me reúna con todos ellos en esa casa del 6-34 que debe seguir en pie en algún plano de la existencia, donde Gregoria sigue contando historias, donde Sol Ángela pone música, y donde mi abuelito Fabio consulta a Shanita sobre los misterios del
más allá.

 

Por Luis Fernando Vanegas R

Recordando a Armero: Donde una vez habitó el amor. 

 

Aquí, de izquierda a derecha y de arriba a abajo:
Fila 1: Esteban Gutiérrez Parra, Cynthia Gutierrez-White, Consuelo Penagos, Teresa Melo, Miguel Gutiérrez Parra, Josué Gutiérrez Parra, David Gutiérrez Parra y Hernan Gutiérrez Parra. 
Fila 2: Miguel Gutiérrez Zárate, Belén Parra de Gutiérrez, Ruth Cecilia Gutiérrez Parra, Andrea Gutiérrez Melo (de pie), María Fernanda Gutiérrez Melo, Mónica Manzanera Gutiérrez y David Miguel Gutiérrez Penagos.
 


Hace cuarenta años, el pueblo de Armero fue borrado del mapa, pero no de la memoria. Para muchos, es recordado como el lugar de la tragedia más devastadora en la historia de Colombia. Para mí, fue el lugar donde florecieron los veranos de mi infancia.

Desde los cinco hasta los doce años, mis padres me enviaban desde Estados Unidos a pasar los veranos con mis abuelos en Armero. Fueron algunos de los días más felices y sencillos de mi vida. Aún puedo sentir el aire fresco que recorría el valle, escuchar las risas de los niños del barrio mientras jugábamos en la calle hasta el anochecer y oler los ponqués que mi abuela horneaba en la cocina.

Cada mañana recogía los huevos del gallinero mientras las gallinas picoteaban mis zapatos, y ayudaba a mi abuelo en su pequeña tienda, vendiendo bolsas de hielo, pilas, radios o botellas de Postobón. Mis primos y yo tomábamos limonada con panela, disfrutábamos de helados hechos con frutas frescas y caminábamos hasta el parque principal para comprar raspados —y por cinco pesos más, nos los bañaban con leche condensada. En la casa siempre había un perro llamado Rufo, loros cantando en la terraza, y mariposas y azulejos comiendo los bananos maduros junto a las matas.

Nuestros días se llenaban de partidos de baloncesto en el Colegio Americano, tardes de piscina, misas dominicales donde los himnos se elevaban al cielo y noches largas descansando en hamacas bajo un cielo repleto de estrellas. A pesar del clima cálido, mi abuela insistía en servir sopa —un ritual que, de alguna manera, hacía que todo se sintiera como en casa.

Donde antes se levantaba la casa de mis abuelos, hoy se alza un monumento —uno que lleva no solo sus nombres y los de otros seres queridos que perdieron la vida aquella noche de noviembre de 1985, sino que también rinde tributo a una nueva generación de familiares que ya partieron, entre ellos mi padre y varios de mis tíos. Es un lugar sagrado donde los recuerdos viven en silencio entre las flores silvestres y el viento.

A menudo pienso en cómo mis hijos nunca conocerán ese Armero —el que estaba lleno de risas, de fe y del olor a tierra mojada después de la lluvia. Y, sin embargo, el amor que dio forma a ese lugar sigue dándome forma a mí. Porque un amor así —el que une generaciones, vecinos e historias— no desaparece. Se convierte en legado.

 

Por Cynthia E. Gutiérrez-White, hija de Hernán Gutiérrez Parra, nieta de Miguel Gutiérrez Zárate y Belén Parra.

 

Remembering Armero: Where Love Once Lived
By Cynthia E. Gutierrez-White, daughter of Hernán Gutiérrez Parra, granddaughter of Miguel Gutiérrez Zárate y Belén Parra.


Forty years ago, the town of Armero was erased from the map—but not from memory. For many, it is remembered as the site of Colombia’s deadliest tragedy. For me, it was where my childhood summers bloomed.

From ages five to twelve, my parents sent me from the United States to spend my summers with my grandparents in Armero. Those were some of the happiest, simplest days of my life. I can still feel the cool air drifting through the valley, hear the laughter of neighborhood kids as we played street games until dusk, and smell my grandmother’s cakes baking in the kitchen.

Each morning, I collected eggs from the chicken coop as the hens pecked at my shoes and helped my grandfather in his little convenience store, selling bags of ice, batteries, radios, or bottles of Postobón. My cousins and I drank homemade lemonade con panela, enjoyed ice creams made from fresh fruit, and walked to the town center for raspados—and for five pesos more, they’d drizzle them with condensed milk on top. At the house, there was always a dog named Rufo, parrots singing on the porch, and butterflies and azulejos feasting on ripe bananas by the plants near the steps.

Our days were filled with basketball games at el Colegio Americano, swimming in the pool, Sunday church services where hymnals rose to the heavens, and long nights stretched out in hammocks beneath a sky crowded with stars. Despite the warm weather, my grandmother insisted on serving soup—a ritual that somehow made everything feel like home.

Where my grandparents’ house once stood now stands a memorial—one that bears not only their names and those of other loved ones who perished that November 1985 night, but also serves as a tribute to a new generation of family members who have since passed, including my father and several uncles. It remains a sacred place where memories live quietly among the wildflowers and the wind.

I often think about how my children here in the United States will never know that Armero, the one filled with laughter, faith, and the smell of the earth after rain. Yet the love that shaped that place still shapes me. Because love like that, the kind that binds generations, neighbors, and stories doesn’t disappear. It becomes legacy.

Armero, refugio familiar

 

El abuelo Miguel Gutiérrez Zárate y la abuela Belén Parra de Gutiérrez junto con las 3 nietas mayores, Cynthia Gutierrez-White, Andrea Gutierrez (bebé) y Mónica Manzanera Gutiérrez.

 

Como poner en palabras tantos sentimientos y recuerdos que despiertan mil emociones encontradas.  Armero sinónimo de abuelos.  Mientras se me escurren las lágrimas, el olor a “tierra caliente” para esta Bogotana, el calor de familia y esos abuelitos que repartían amor, ternura y sabiduría sin decir una sola palabra.  Como limitar este amor y tristeza a un lápiz y papel, cuando el corazón late rápido y el deseo de abrazarlos puede más que la razón.

Armero eres sinónimo de refugio y vacaciones en familia; mis primeros intentos en la gimnasia olímpica, deporte que se convirtió en mi pasión.  Recuerdo correr muy “rápido” y saltar a un caballete donde el “trampolín” era una llanta gigante de tractor.  Los Domingos caminar de la mano de mi abuelita Belén hacia la iglesia donde escuché las primeras canciones sobre Jesús, mi buen Jesús, Quien así como ella me enseñó, “me ama, me ama, Yo tengo un amigo que me ama” Su Nombre es Jesús.  Y se mostró Fiel y se sigue mostrando Fiel todos estos años, 40 años…. A los 7 años aprendí que El no me abandona, nunca, siempre conmigo.  Solo una tragedia de esa magnitud, el sufrimiento de mi papi “Chucho” y de todos mis tíos iba a comprobar Cuán grande es El, Cuán grande es El, mi corazón entona la canción, Cuán grande es El, cuán grande es El. 

No olvidaré a mi abuelito Miguel, su voz fuerte pero amorosa y divertida, firme pero compasiva, su almacén donde creo había hielo y unas escaleras un poco oscuras que me decían ya pronto los abrazo porque llegué!! Llegué!! Llegué a esa casa donde hay gallinas engordándose en la terraza… llegué a recibir consentimientos y cariño sin merecerlo, solo por ser…  comer un delicioso helado de badea rodeado de todo el amor en familia. 

No veo la hora de abrazarlos en el lugar prometido por Cristo, Juan 14, Aquel Quien dice de Él mismo, Soy El Camino, La Verdad y La Vida, El mismo que nos prometió un lugar que está preparando para nosotros, con muchos cuartos, una mansión en familia, amorosa, perfecta paz, perfecto amor, no más lágrimas, no más dolor, no más miedo, no más muerte.  Así lo promete Nuestro Señor, Pastor Nuestro, Quien nos llevará por verdes pastos, aguas tranquilas y nos hará descansar por siempre! Salmo 23.  Armero y abuelitos, los llevo en mi corazón.

Hasta pronto.

Por Andrea Gutiérrez-Thimann, hija de Jesús “Chucho” Gutiérrez Parra, nieta de Miguel Gutiérrez Zárate y Belén Parra.

 

Remembering Armero. By Andrea Gutierrez Thimann. Daughter of  Jesus "Chucho" Gutierrez Parra, granddaughter of Miguel Gutierrez y Belen Parra.   

How to put into words so many feelings and memories that bring up a whirlwind of emotions.  Armero equals grandparents. While tears run down my face, I can almost smell the warm climate surrounding my family and especially my grandparents loving on everyone; sharing kindness and wisdom without saying a word.  A mix of love and sadness, when my heart beats so fast and longs for their hugs beyond any reasoning.
Armero, a refuge and family vacations, where for the first time I tried artistic gymnastics, which later became my passion.  I remember running “really fast” towards the vault and jumping on a huge tractor tire that served as the spring board.  I loved walking to church holding my grandma, abuelita Belen’s hand and hearing songs about Jesus for the first time.  A kids spanish worship song:  “I have a friend that loves me, loves me, and His name is Jesus”.   He showed Himself faithful and continues to do so after 40 years.   I learned at 7 yrs old that He will never leave me alone, never, always with me.  The magnitude of this tragedy and watching my dad “Chucho”, my aunts and uncles go through unimaginably suffering would prove the Hymn right “How Great Thou Art, How Great Thou Art, and sings my soul, my Savior God to Thee, How great Thou Art, How Great Thou Art” 
 
I can’t forget my grandpa Miguel, his strong yet gentle voice, always loving and fun.  Gradmpa had a shop where I believe he sold bags of ice and when I’d arrive from Bogota, I’d go up a set of somewhat dark stairs and with exciting anticipation I was “home”; their chickens growing in the patio, a sense of calm and freedom, just be and receive abundant love.  We would often eat delicious homemade fruit ice cream, cake and spent time with the whole family.  
 
I can’t wait to hug them at that amazing place  Christ promised us, John 14, He who says of Himself, I AM the Truth, the Way and the Life.  The same Who promised us He is preparing a place, a mansion with lots of rooms; With a loving family, in perfect peace, perfect love, no more tears, no more pain, no more fear, no more death.  (Revelation 21).  That’s His promise, The Lord our Shepherd, He will lead us through green pastures, quiet waters and we will dwell in the house of The Lord forever.  Psalm 23.  Armero, grandma Belen, grandpa Miguel, forever in my heart, see you soon.

 

 

Memoria

 

Que siga en nuestras venas y en nuestros pensamientos la imagen de las calles calentadas por el sol, que la sonrisa de los niños no se extinga jamás, que vuelvan los que se perdieron, que regresen los que se robaron, aunque sea en la memoria.

Las fachadas quizá jamás vuelvan a estar pintadas del mismo color y el retumbar de las campanas de la blanca iglesia ahora silente en la eternidad, como un tesoro que no borra el tiempo siempre han de estar en nuestras almas, como recuerdos de un lugar  que a todos nos convoca y nos conecta.

Ya hace 40 años y yo caminando por mis 42 trato de encontrar esa parte que en mi sentir está vacío, buscando imágenes, escuchando relatos para así reconstruir mi tesoro. Entonces

nos queda no callar, no pasar la página y más bien compartir, con quienes llevamos en nuestras venas y en nuestro pensamiento, a el Armero qué nunca desapareció.

 

Por David Felipe Morales

DOLOR

 

Estas notas sinceras, salen de lo más profundo de mi corazón con motivo del recordatorio de los 40 años de la fatal tragedia que marcó para siempre la historia de nuestro bello pueblo natal: Armero Tolima. Arrasado de la faz de la tierra por una avalancha apocalíptica producto de la erupción del volcán nevado del Ruiz. Habían ocurrido dos episodios similares, años 1595 y 1845, no tan crueles, destructivos y mortales como el de 1985.

No haré ninguna mención para un tributo en especial, la verdad nombres hay suficientes para mencionar y reconocer los aportes que han labrado para ser distinguidos como hijos eminentes de la que se conoció como la “Ciudad Blanca” y “Capital Algodonera de Colombia”. Mis respetos y afectos solidarios para todos los sobrevivientes diseminados en diferentes ciudades y lugares del país que aún esperan una ayuda mínima dadas sus precarias condiciones socio económicas, inclusive con su salud afectada física y mentalmente.

Exalto a las madres que perdieron a sus hijos quienes salieron vivos de la tragedia, con evidencias periodísticas y testimonios. Como consecuencia del manejo irresponsable y criminal del tema por parte de todos los funestos involucrados en esta situación les negaron la posibilidad de mitigar el dolor de la tragedia con la devolución de sus criaturas para así poder rehacer su núcleo familiar. Algunas de estas valientes madres siguen esperanzadas en que se dé el milagro de volver a encontrar sus hijos.

Dentro de esta crítica circunstancia es importante destacar el trabajo incansable y disciplinado de la Fundación Armando Armero y su Director Francisco González. Deseo expresarles a estas valientes mujeres armeritas que para este servidor y amigo su dolor es el mi dolor. Armero Vive, depende de nosotros.

 

Por Luis Fernando Leal Rodríguez